El kirchnerismo actual, el alfonsinismo del 83 y el peronismo del 73 tienen en común algo muy valioso en política: lograron enamorar a un amplio sector de la juventud. Son los únicos ejemplos de semejante impacto en los últimos 40 años. Esta sospecha se pudo confirmar con solo mirar la composición de la gigantesca movilización que fue a despedir los restos de Néstor Kirchner y a ofrecerle y reclamarle fortaleza a Cristina. Esta característica del conglomerado que respalda al oficialismo no le asegura el triunfo en las próximas elecciones pero los coloca en una situación de privilegio respecto a los demás partidos. Primero porque en general la fórmula que logra el apoyo de la juventud finalmente gana los comicios.

También porque esa franja etaria es la más dinámica, la que más energía y savia aporta y la que empuja a los funcionarios para ampliar los límites de lo posible. Su creatividad y contracultura se convierte en el motor de todos los cambios desde la reforma del 1918 en Argentina hasta el movimiento hippie, la lucha pacifista anti-Vietnam o el Mayo Francés.

Es probable que esa actitud rebelde, ese proceso de búsqueda y afirmación de la identidad haya sido hipnotizado por un Néstor Kirchner políticamente incorrecto que la emprendió contra muchos valores establecidos y que se hizo más tozudo y mas grande cuando el enemigo parecía mas poderoso. Esa ruptura con las formalidades protocolares y con el “posibilismo” que envenenó la década de los 90 con los gerentes de la política es, probablemente, el imán que tuvo Kirchner para atraer a, los jóvenes que sobre todo después del 2001 estaban descreídos de todo y casi resignados.

Esas características de Néstor Kirchner como “hecho maldito” del país burgués es interpretada por muchos analistas (entre los que me encuentro) y dirigentes políticos como un infantilismo capaz de seducir pero peligroso a la hora de gobernar. Ese fanatismo para defender sus convicciones que asimilamos a un dogmatismo generador de odios y resentimientos, parece decodificado por los jóvenes como las movidas de un quijote revolucionario o como ahora, después de muerto, como una suerte de Cid Campeador que sigue ganando batallas.

¿Cuál será la verdad histórica? ¿Estuvieron en el lugar justo los jóvenes de la Coordinadora y la Franja Morada que cantaban por la vida y por la paz? ¿Fueron la vanguardia de la historia los integrantes de la “gloriosa Jotapé” que imaginaron a un general que peleaba por la patria socialista y en muchos casos dieron la vida por eso? ¿La Cámpora, los jóvenes del Movimiento Evita o los cybvermilitantes de la blogósfera se arrepentirán de haber arriesgado todo por Néstor y Cristina? ¿O serán reconocidos en el futuro inmediato como los que mas claro vieron el futuro venturoso y la revolución al alcance de la mano?

No es que yo comparta estos juicios de valor. Los registro porque existen multiplicados. Estoy más cerca del asombro que de la verdad. Mi experiencia y la que me cuentan grandes cuadros políticos honestos y progresistas que huyeron aterrorizados del kirchnerismo (Sergio Acevedo, Graciela Ocaña, Rafael Flores, Miguel Bonasso, entre muchos otros) es que Néstor resumía muchos disvalores que no tienen nada que ver con la imagen que compraron esos jóvenes creyentes. Hablan de un líder implacable, desagradecido, mezquino y vengativo. Sin embargo esos miles de jóvenes que se derramaron como un océano en los funerales están convencidos de todo lo contrario. Comparan a Kirchner con un líder generoso que fue capaz de dar hasta su vida por su país. Algunos lo colocan en el mismo olimpo que Evita y el Che. Un caudillo típico del peronismo feudal es valorado como un conductor de avanzada que vino a la Argentina a hacer justicia, a combatir a las corporaciones oligárquicas y al imperialismo. Quien quiera oir que oiga. Nadie podrá hacer una proyección certera si no tiene en cuenta estos datos de la realidad. Nos guste o no nos guste.