La insoportable levedad del poder
El poder de Macron se ve debilitado tanto por los chalecos amarillos como por las protestas en Argelia, antigua colonia con la que Francia mantiene lazos estrechos
El poder ha dejado de ser imperecedero, como muchos creían y como algunos aún creen. Cada vez dura menos. Es más fácil de alcanzar que en otros tiempos, pero también es más difícil de ejercer y, sobre todo, de preservar. El mundo observa con asombro al movimiento de los chalecos amarillos que apareció el 17 de noviembre en Francia. No sólo por los destrozos y los saqueos cometidos por su ala radical, sino por la tozudez en los reclamos. De menor a mayor: desde las protestas contra el aumento del impuesto a los combustibles y la pérdida del poder adquisitivo hasta la dimisión del presidente Emmanuel Macron.
Son tiempos de volatilidad. Macron tiene otro problema: Argelia. Las protestas que desde el 22 de febrero han movilizado a los argelinos contra la candidatura a un quinto mandato del presidente Abdelaziz Buteflika, enfermo y postrado en una silla de ruedas desde 2013, han sido las primeras de esa magnitud desde su independencia de Francia en 1962. La desestabilización de la antigua colonia, con la que Francia comparte lazos sociales, económicos, migratorios y militares, coincide con los estragos en los Campos Elíseos.
París y Argel arden al mismo tiempo. Ningún sindicato ni partido político encabeza las revueltas de los chalecos amarillos, más allá de la tajada que pretenden sacarles desde los extremos Marine Le Pen, de la derechista Agrupación Nacional, y Jean-Luc Mélenchon, de la izquierdista Francia Insumisa. La prédica del movimiento, como también ocurre en Argelia, desentona con la del populismo por la ausencia de un líder en el atril, pero coincide con su regla emocional. La de un pueblo supuestamente unido contra una minoría maligna. La del poder.
¿Qué poder? En el caso de Macron, de 41 años, el de un político con escaso capital político, por más que su movimiento, La República en Marcha, tenga la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional. O, acaso, el de un político sin oficio político. En el caso de Buteflika, de 82 años, el doble de Macron, la convicción de que la calle no exigía sólo su renuncia a una candidatura fantasmagórica y la suspensión en forma indefinida de las elecciones previstas inicialmente para el 18 de abril, sino un cambio radical del régimen y del sistema de gobierno.
La aparente estabilidad de Argelia, en medio de los sobresaltos de Libia desde el final de la dictadura de Muamar el Gadafi y de Túnez desde la Primavera Árabe de 2011, derrapó en coincidencia con la irrupción de los chalecos amarillos. Macron, cauto a la hora de hablar de la deriva de Buteflika, teme lo peor: que afecte a las 500 empresas francesas instaladas en Argelia, de donde procede el 10 por ciento del gas que se consume en Francia, y que millones de argelinos quieran emigrar a su país. El 45 por ciento de la población tiene menos de 25 años. Francia, a su vez, ha comprometido a 4.500 soldados en la frontera entre Argelia, Mali, Níger y Libia como parte de la Operación Berkhane contra el terrorismo.
Son tiempos de pasmos, como Donald Trump y el Brexit. Y son tiempos de “sustituciones rápidas”, como los define el escritor francés Paul Valéry. La magnitud del malestar refleja la degradación del poder y, también, su lejanía de la sociedad. Macron continúa en el cargo gracias a la fortaleza de las instituciones de la Quinta República. Del otro lado, el estigma populista no necesita explicaciones ni razones para deponer su actitud beligerante. Pide su cabeza, como los argelinos se cobraron la de Buteflika pero, en su caso, no tiene repuesto.
Twitter: @JorgeEliasInter | @Elinterin
Suscríbase a El Ínterin