Habían pasado 11 minutos de aquel mediodía cuando un grupo comando de Montoneros conducido por Juan Julio Roqué acribilló de 23 balazos a José Ignacio Rucci. Hoy se cumplen 40 años de ese asesinato impune y todavía hay muchas preguntas sin responder. Para los jóvenes es bueno recordar lo que pasó. Rucci era el secretario general de la CGT, pertenecía al poderoso gremio de la Unión Obrera Metalúrgica y era uno de los amigos más cercanos de Juan Domingo Perón. “Me mataron un hijo”, dijo el general, conmovido hasta las lágrimas.

Dos días antes del atentado criminal, Perón había logrado su tercer triunfo en las urnas con casi el 62% de los votos, una diferencia nunca igualada. Más legitimidad democrática, imposible. Sin embargo, una célula de la organización Montoneros le tendió una emboscada y prácticamente fusiló a Rucci que tenía 49 años.

Hay que poner en contexto las cosas. Eran tiempos de feroces enfrentamientos entre lo que se llamaba burocracia sindical que en general militaba en la ortodoxia del Partido Justicialista ubicado mas a la derecha del espectro ideológico y el brazo armado de la Juventud Peronista cuyo objetivo era construir una patria socialista. La masacre de Ezeiza fue uno de los sucesos emblemáticos de aquella locura homicida. Por momentos parecía que todos los día un sector le tiraba con un cadáver al otro. Sin proponérselo, fueron preparando el terreno para que el horror del terrorismo de estado justificara su asalto al poder democrático.

La causa judicial estuvo muchos años congelada pero una investigación periodística de Ceferino Reato para su libro “Operación Traviata” la reflotó y hoy la tiene el juez Ariel Lijo. Una publicidad de las galletitas de ese nombre la definía como la “ de los 23 agujeritos” y por eso, el magnicidio adoptó esa denominación cruel y trágica.

Fue un momento clave de la relación entre Perón y los Montoneros. Un quiebre sin retorno. El viejo líder, durante mucho tiempo había fogoneado a los jóvenes a los que llamaba “formaciones especiales” y les agradecía su rol en la lucha de la resistencia. Pero en esa etapa, la guerrilla dirigida por Mario Firmenich cayó en un militarismo fundamentalista que creyó que podía enseñarle peronismo a Perón. El punto culminante y público de la pelea fue cuando Perón los acusó de “imberbes y estúpidos” y los echó de la Plaza de Mayo. Las columnas juveniles se retiraron al grito de: “Si este no es el pueblo, el pueblo donde está” y “ Que pasa, que pasa general/ que está lleno de gorilas / el gobierno popular”.

Sus cañones apuntaban contra Isabel y Jose López Rega a quienes veían como representantes de la ultraderecha. Y efectivamente ese brujo nefasto fue el fundador de una organización parapolicial tenebrosa fascista y criminal llamada Triple A.

Los Montoneros, sus líderes fundadores, venían de familias de dinero de la derecha católica integrista y de algunos liceos militares. Luego se fueron radicalizando y su mirada de referencia se posó en los movimientos insurreccionales vinculados al castroguevarismo cubano y a la Organización para la Liberación de Palestina.
 
Utilizaron el crimen y el foquismo como instrumento político y cuando sus mejores cuadros pasaron a la clandestinidad, dilapidaron un buen trabajo de masas que habían realizado en la universidad y en la juventud trabajadora.
Rucci protagonizó un célebre debate televisivo con Agustín Tosco, que era el dirigente cordobés de Luz y Fuerza, clasista y combativo emblema de la izquierda. Su otro gran momento de popularidad mediática fue en 1972 cuando regresó Perón al país y Rucci fue el encargado de sostener el paraguas que lo protegía de la lluvia.

La sangre derramada de Rucci fue una puñalada por la espalda a la democracia y hoy varios de los que celebraron esa muerte, reconocen que fue una irracionalidad histórica que abrió una grieta inmensa.

La soberbia armada desafió al mejor Perón, al de la unidad nacional, al del abrazo con Balbín, a ese león herbívoro que vino a sembrar la paz social y le declararon la guerra. Hoy se cumplen 40 años del fundamentalismo disfrazado de vanguardismo revolucionario. Sería productivo para estos tiempos que corren reflexionar y comprender que para los pueblos, la violencia es partera de lo peor de la historia. Y que el único poder que nace de la boca del fusil es el el fanatismo autoritario. Cuando esta sociedad dijo: “Nunca Mas”, dijo que nunca mas el crimen sea una herramienta de la política. Y que la sangre de nadie sea convertida en trofeo. Hoy vale la pena repetirlo como homenaje a todas las víctimas: Nunca mas.