El comienzo de la Semana Santa predispone a una actitud solidaria y generosa. Yo aprovecho para contarle porque Lautaro nos necesita. “El Laucha”, como le dicen sus amiguitos del colegio Nuestra Señora de la Misericordia de Flores, tiene apenas 10 años y era el más chistoso de todos.

Era un muy buen alumno igual que sus hermanos mayores, Guadalupe de 16 y Nazareno de 13. Un día maldito, Lauti, como le dicen sus padres Verónica y Eduardo, empezó a caer en su rendimiento intelectual. Los padres se asustaron y empezaron a recorrer cielo y tierra para averiguar que le pasaba. Al principio desfilaron por consultorios de psicoanalistas y psicopedagogos y nada. Hasta que una neuróloga les comunicó la mala nueva del resultado de una resonancia cerebral.

Fue como si el mundo se derrumbara sobre sus corazones. Sintieron que les arrancaban el alma cuando la doctora les contó que esa enfermedad terrible y rara le iba a hacer perder la vista, la movilidad y que después de quedar en estado vegetativo, su hijito, Lauti, el Laucha, se iba a morir. Lo cuento y no soporto pensar en la dimensión de ese dolor que se nos clava en la espalda como puñaladas. Nadie le desea esa situación ni al peor de sus enemigos. Le recuerdo que Lautaro tiene 10 añitos.

Y que esa enfermedad de mierda es incomprensible como su nombre. Se llama Leucodistrofia Metacromática. Y como si esto fuera poco, la médica les dijo algo mas terrible todavía sobre el mal de Lautaro: “No tiene cura”. Tres palabras que nadie jamás quiere escuchar. No tiene cura. Es como un certificado de defunción anticipado. Pero los padres nunca se dan por vencidos ni aún vencidos cuando se trata de la vida de sus hijos. Pelean con todas las armas que encuentren. Dan todas las batallas para salvar a su hijo. Para que Lautaro se salve. Averiguaron por todos lados. Dieron la vuelta al mundo con sus llamados y correos electrónicos hasta que descubrieron que existe una posibilidad en el Duke Children Hospital de Carolina del Norte.
 
No es fácil pero tampoco imposible. Todavía son tratamientos experimentales. Ya se hicieron 400 trasplantes de médula para atacar enfermedades como las de Lautaro. Son de alto riesgo para el paciente. Muchos no superan la operación y se quedan en el quirófano. Pero es lo único que no cura pero si detiene esa enfermedad que es un monstruo grande y pisa fuerte. Ese esperanza a la que se aferraron Lautaro y su familia cuesta la friolera de 1.100.000 dólares. Parecía algo imposible de conseguir para una familia de clase media de Flores. Pero apareció Juan Carr y su red solidaria.

Para ellos nada es imposible. Tienen una energía y un optimismo mucho más poderoso que la más demoledora de las enfermedades. Y lanzaron esta campaña en la que yo quiero interesar a todos los oyentes. Se llama “Lautaro te necesita” y yo digo que Lautaro nos necesita. Hacen falta 600 mil argentinos que, hermanados, donemos 10 pesos cada uno. Diez pesos que gastamos en una golosina en un kiosco pueden ir para ayudar a Lautaro. Estoy convencido de que lo vamos a lograr. Hay que darle una oportunidad a la vida de Lautaro. A su alrededor todo se revolucionó. Los amigos, la familia, los maestros, los compañeros del colegio, los vecinos, los que no lo conocemos pero nos enteramos por Juan Carr, todos, iniciaron distintas actividades para juntar dinero o directamente entran a la página para donar o depositan el dinero en el banco y aportan su granito de arena.

Entre el tobogán y las hamacas de la placita de Varela y Directorio, sus amigos del alma le dieron fuerza con un video donde le convocan a la alegría con cantitos de cancha. Nico, Martina y Valentina corean: “Laucha, mi gran amigo, te alentaremos de corazón y cada día te quiero mas”. Nacho, su mejor amigo desde salita de 2 en el jardín, salta y mueve sus brazos como si quisiera contagiar de entusiasmo al Laucha. Milagros dice que quiere que Lautaro vuelva al cole para que los siga haciendo reir. El plantel de Boca le firmó una camiseta y el flaco Schiavi se sacó una foto con él.

Se las va a llevar a Estados Unidos para que le traigan suerte cuando lo operen. En lugar de pijama, en el sanatorio va a usar esa camiseta como pijama. Se va a abrigar con el aliento de las multitudes. Le confieso que cuesta no llorar cuando uno escucha a esos pibes o a Verónica, la mamá de Lautaro que vivía feliz hasta ese maldito día. Ojalá estas pascuas sean muy felices para Lautaro y su familia. La fe interpreta la resurrección de Jesucristo como el nacimiento de una nueva esperanza. La esperanza de Lautaro, que es la esperanza de todos.