En su exquisito libro “31 canciones” (Anagrama), el escritor ingés Nick Hornby dice que ciertos temas tienen fecha de vencimiento. Son canciones que amamos y escuchamos una y otra vez, arrobados, hasta que en algún momento, tal vez un tiempo después, notamos que ya no podemos volver a escucharlas: han alcanzado un punto de saturación en la memoria musical de cada uno que nos obliga a descartarlas sin la menor reticencia.

Algo parecido pasa con las películas sobre la mafia. Hay en este género una serie de lugares comunes tan estereotipados que le quitan a las historias atractivo y calidad. El amor por la ópera, el interés por la comida y la muerte al traidor en un restaurante son sólo algunos de ellos. Después de la saga de “El Padrino” de Francis F. Coppola hay que tener una idea verdaderamente buena para incursionar en este tema. Un caso ha sido “Gomorra”, una durísima película de Matteo Garrone sobre el libro del mismo nombre, de Roberto Saviano, que muestra la mafia napolitana sin la más mínima sombra de glamour. Otro buen ejemplo fue la serie de televisión “Los Soprano”, especialmente su primera temporada, que mostró una versión actual y clase media de la mafia en los suburbios de una ciudad norteamericana.

Pero “El Inmortal”, la película recién estrenada de Richard Berry con Jean Reno, no se ahorra ninguno de los estereotipos, esta vez en francés: mucha sangre, traición entre amigos y arias de ópera en todo momento. La historia es simple y muy transitada también: el mafioso bueno que ama a sus hijos y se quiere retirar.

Como aquellas canciones a las que se refiere Hornby, ciertas películas convierten lo que fue un gran tema en una fuente inagotable de tedio.