Divide y reinarás es una táctica política maquiavélica tan vieja como el mundo. Pero cuando se hace uso y abuso de esa actitud la convivencia democrática entra en peligrosas turbulencias institucionales como está pasando en estos momentos por el insólito ataque del gobierno nacional a la Corte Suprema. El matrimonio presidencial transformó estas batallas contra todos y todo el tiempo en su principal instrumento de construcción. Siempre repiten el mismo mecanismo. Las acusaciones y descalificaciones, la ofensiva que parece ser infinita y después de un tiempo, pif… se desinflan, se quedan sin nafta en la mitad del camino porque son construcciones ficticias sin anclaje en la realidad.

El caso de la Corte Suprema es el más ridículo y preocupante de todos. Ridículo porque hasta no hace mucho el kirchnerismo mostraba la designación de esta Corte prestigiosa e independiente como un logro de su gestión y ahora parece que son la peor Corte del mundo solo porque no falla como quieren Néstor y Cristina. La situación de tensión preocupa porque en una abierta violación a la división de poderes y una clara rebelión contra una decisión del máximo tribunal argentino. La mismísima presidenta se permitió decretar que “es inconstitucional” el fallo que obliga a la provincia de Santa Cruz a restituir a un funcionario en su cargo. De un lado están varios de los juristas más prestigiosos e independientes de la Argentina y, del otro, dos líderes políticos que cuestionan y le faltan el respeto a la Corte.

Es que ya le han dicho de todo. Partido Judicial. Justicia expres para liberar delincuentes. Justicia lenta para condenar genocidas. Y hasta dudaron de la honestidad de la Corte cuando le reclamaron que sea independiente de todos los poderes y también del poder económico. Es demasiado. ¿Cuánto falta para que, siguiendo la lógica K, algún lenguaraz oficial acuse a las doctoras Carmen Argibay o Elena Highton de Nolasco de ser sojeras, clarinistas, gorilas y hasta destituyentes? ¿Alguien puede creer eso? Algunos fanáticos ya se atreven a sugerirlo.

Es una obviedad pero hay que recordarlo: la presidenta no puede darle órdenes a los otros poderes. Sin embargo los agravia institucionalmente. Dijo que en el Congreso de la Nación no está la soberanía y que le da profunda vergüenza la oposición porque le hacen los guiones desde afuera. Traducción: el parlamento no sirve. Ayer además de utilizar la chicana irónica para ofrecerle asilo en la Casa Rosada al gobernador Daniel Peralta y de decir que la decisión de la Corte es inconstitucional respaldó el acto que se hará en Santa Cruz para criticar a la Corte Suprema. Traducción: el poder judicial no sirve. Si la presidenta que es la principal responsable de afianzar la República dice lo que dice del poder legislativo y de la justicia dice claramente que el único poder legítimo es el que ella ejerce desde el Poder Ejecutivo. Eso se llama monarquía. El poder unipersonal. La primera biografía que se escribió sobre la presidenta se llamó Reina Cristina. Nunca pareció molestarle ese título nobiliario pese a venir de un hogar humilde. Su actitud altanera y su experiencia durante el gobierno casi feudal de Néstor Kirchner en Santa Cruz tal vez la hayan seducido para moverse con comodidad dentro de esa calificación, como si realmente ella fuera una Reina. Un reina que divide para reinar.

Cristina, Peralta, Argibay