Un Papa de rodillas
No debe haber mayor gesto de humildad que arrodillarse frente a una persona para lavarle y besarle los pies. Y si esas personas son parte de los sectores más vulnerables y frágiles de la sociedad, esa actitud toma una dimensión celestial
No debe haber mayor gesto de humildad que arrodillarse frente a una persona para lavarle y besarle los pies. Y si esas personas son parte de los sectores más vulnerables y frágiles de la sociedad, esa actitud toma una dimensión celestial. Se transforma en un espejo conmovedor de la dignidad del hombre del que todos debemos aprender. Para los creyentes, es el ejemplo de Jesús que lo hizo con los doce apóstoles en la “Ultima Cena”. Es el símbolo máximo del amor y la vocación de servicio. Soy capaz de hacer todo por mi semejante. Soy capaz de amar a mi prójimo como a mi mismo.
Hoy el papa Francisco repitió ese rito en la cárcel para chicos de Casal de Marmo en Roma. Y digo “repitió”, porque lo hizo todos los jueves santos en nuestro país. Esa escena, siempre me estremeció el corazón. El cardenal Jorge Bergoglio, en el suelo y a los pies de los que más sufren y más necesitan. No hay mensaje mas claro de solidaridad. El Papa Francisco lavó y besó los pies de los enfermos del hospital Muñiz, de las madres parturientas más excluidas de la Maternidad Sardá, de los presos de la cárcel de Devoto y por lo menos en dos ocasiones, en las parroquias de las villas con los pibes adictos al Paco.
Es casi el resumen de todas las calamidades que puede sufrir una persona. Ser un joven que sobremuere entre la marginalidad y esa droga que dinamita las cabezas y es un crimen de lesa humanidad. Es un genocidio contra los pobres. Los curitas de la Villa que ponen el cuerpo y solo tienen a Cristo como guardaespaldas, cuentan cien historias del Padre Francisco llegando el colectivo a la villa. Lo recibían con alegría y con un mate bien cebado.
Renovaban el camino de la fe que mueve montañas. Es esa energía que les permite creer que todo puede cambiar. Que pueden tener una segunda oportunidad. Que no todo está perdido. Que pueden levantarse como se levantaba el cura Bergoglio después de la ceremonia de la humildad multiplicada. Eso le pasó a Juan José. Su vida se resumió en dos fotos que estaban debajo del vidrio del escritorio del padre Jorge. Eran dos caras de la moneda. El bien y el mal. El ángel y el demonio. Una lo muestra a Juan José, puro piel y hueso, barbudo, abandonado de la mano de dios y de su la mano del estado. Quebrado, atravesado por esa falopa inmunda que transforma a la gente en espectros condenados al delito.
Hace 5 años, un jueves tan santo como hoy, el padre Jorge fue a la villa 21-24 y Zavaleta y se arrodilló delante de Juan José y de 11 muchachos apóstoles más. Lavo y besó. Rezo y rogó por ellos. Juan José hacía diez años que dormía en la calle. Hacía un esfuerzo tremendo para dejar la pasta base y por momentos lo lograba. Pero enseguida caía de nuevo en ese infierno. No sabía que hacer con su vida, a donde ir: nadie le quiere dar trabajo a un ex adicto recién recuperado del paco que vive en la villa. Los empujan al precipicio para que vuelvan a consumir, para que no salgan de ese círculo vicioso que les hace implosionar el alma.
Roban a sus padres, venden lo que tienen a mano, salen de caño para conseguir plata y comprar Paco, matan y mueren, no saben bien que es matar porque no saben bien que es vivir. Bergoglio no solamente rezó, lavó y besó. También hizo algo más terrenal y concreto ante la ausencia del estado. Fundó el hogar San Alberto Hurtado. Allí hay contención profesional, psiquiatras para atender los síndromes de abstinencia, asistentes sociales para reubicar a los muchachos en la buena senda, aguante a las familias. El día que Francisco le ayudó a recuperar la esperanza a Juan José, empezó con una sonrisa cuando supo que era de San Lorenzo. “Dale cuervo, salgamos rápido de acá que estamos rodeados de quemeros en pleno Parque Patricios”, le dijo entre plegaria y plegaria.
Esa sonrisa fue como abrirle la puerta. Juan José dejó la calle y volvió a la vida. Y esa es la segunda foto que tenía el padre Jorge en su escritorio. La de Juan José recuperado, resucitado podría decirse en términos cristianos. Limpio, mas gordito, con la cara llena de sol y la dentadura completa. Juan José pasó de la tenebrosa tentación del suicidio a tener una casita humilde en un barrio humilde, una esposa y una camioneta vieja para trabajar. Fue un verdadero milagro de Semana Santa.
Una especie de resurrección pascual. Si el dogma dice que el Papa Francisco es el delegado de Dios en la tierra hay que decir que aquél día derrotó al representante del Diablo en las villas que es el Paco. Estas historias no siempre terminan bien. Es mucho lo que hacen y mucho lo que falta. Es una señal, una luz de esperanza para que amanezca. Para que la noche deje de humillar a tantos humillados. Para empezar a poner la casa en orden y poder decir: felices pascuas.