Yemen antes que Europa
Pese a la creencia de que las rutas migratorias del Mediterráneo son las más concurridas, los africanos enfilan hacia Yemen para radicarse en Arabia Saudita
SEVILLA, España – En marzo de 2015 estalló la guerra. La de Yemen, causa de la mayor tragedia humanitaria del mundo. Un destino poco favorable. En apariencia. Curiosamente, en 2019, 138.000 personas de regiones rurales de Etiopía, como Oromia, Amhara y Tigray, cruzaron el Golfo de Adén rumbo a Yemen y menos, 110.000, el Mediterráneo rumbo a Europa, según la Organización Internacional para las Migraciones. No para establecerse en ese país, devastado por el enfrentamiento entre los rebeldes huthis, chiitas apoyados por Irán, y la coalición árabe, sino para trasladarse a Arabia Saudita.
¿Por qué la Ruta del Este u Oriental prevalece sobre la Mediterránea como en 2018, cuando el número de migrantes llegó a ser de 150.000, según ese apéndice de la ONU, a pesar de “los abusos que sufren en ese riesgoso derrotero a manos de contrabandistas y traficantes que explotan sus esperanzas de una vida mejor”? Cinco años de conflicto y sus devastadoras consecuencias no intimidan a los migrantes frente a un viaje azaroso, no exento de tortura, explotación y trata. Los barcos de los contrabandistas zarpan de Obock, Yibuti, país pequeño del Cuerno de África, y Bosaso, Somalia.
De Yemen a Arabia Saudita, la travesía puede durar meses en medio de los combates entre los huthis, que deben su nombre al difunto Hussein Badreddin al Huthi, y las tropas nacionales y extranjeras. El conflicto estalló durante la Primavera Árabe. Diez meses de revueltas en 2011 derivaron en el final de la autocracia de Ali Abdalá Saleh, luego asesinado por los huthis, y el ascenso de su segundo, Abd Rabbu Mansour Hadi. La minoría zaidí (chiita, apoyada por Irán) enfrenta a la mayoría sunita (apoyada por Arabia Saudita y emparentada con el Daesh, ISIS o Estados Islámico).
Tres años después, en 2014, los huthis tomaron la capital de Yemen, Saná, con el apoyo de sunitas desencantados. Hadi, amenazado por Al-Qaeda en la Península Arábiga y la Wilayah Yemen, del Daesh, debió exiliarse a 300 kilómetros de la sede del gobierno, en Adén, y después, tomada esa ciudad por los huthis, en Riad, la capital de Arabia Saudita. Vanos resultaron los ataques aéreos de la coalición de nueve países encabezada por Arabia Saudita y respaldada por Estados Unidos, Reino Unido y Francia contra los huthis. Lejos estuvieron de aplacar la crisis, empezando por la alimentaria y la sanitaria.
La cerrazón de Europa frente a la ola de migrantes cobra forma con un nombre odioso: la devolución en caliente. Sobre todo, después de la decisión de la Comisión Europea de considerar “lógica y compatible con la legislación comunitaria” la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos a favor de España en el caso del retorno inmediato de dos inmigrantes subsaharianos que saltaron la valla de Melilla en 2014. Al año siguiente, la crisis migratoria estuvo a punto de derribar los controles fronterizos internos de la zona Schengen. Más de un millón de personas pidieron asilo en el continente. El acuerdo con Turquía para retener el éxodo proveniente de otra guerra, la de Siria, a cambio de 6.000 millones de euros, mitigó el impacto.
La desesperación lleva a miles de africanos a buscar refugio en Yemen, donde en cinco años han muerto más de 12.000 civiles, según el Proyecto de Localización y Datos de Conflictos Armados (Acled). Una disyuntiva de difícil solución. Etiopía, al igual que Somalia y Kenia, se ve abrumada por la hambruna y las enfermedades. En 2020 reapareció la plaga más antigua y peligrosa del planeta. La de la langosta del desierto, capaz de crear enjambres de un kilómetro cuadrado, desplazarse 150 kilómetros y comer en un día la misma cantidad de alimentos que 35.000 personas. Una plaga de dimensiones bíblicas. La peor invasión en 25 años.
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