Unas 35.000 personas aplaudieron de pie a Serrat, por sus canciones, por sus insistentes palabras de afecto para con los argentinos y por cada uno de sus regresos al escenario, al que debió volver tres veces por la insistencia del público.

Como aviso de lo que vendría, "Hoy puede ser un gran día" abrió la serie, a lo que siguió la primera declaración de amor cruzada: "Estoy francamente feliz de que hayan acordado de mí y me hayan invitado, y de que sea en un lugar tan especial como la cancha del `Taladro`", lanzó el cantante, en guiño hacia los dueños de casa.

Serrat celebró que los argentinos le hubieran "preparado una noche bien de primavera" y festejó el hecho de "poder volver a este país sin despertar sospechas", frase a la siguieron "De vez en cuando la vida", "La bella y el metro" y una versión casi "umplugged" de "Penélope", en la que se lució la violinista María Roca.

El cantante hizo luego un pequeño homenaje a la figura de Miguel Hernández, cuyos poemas ya había musicalizado en 1972 y ahora en "Hijos de la luz y de la sombra", su última placa, de la que eligió "Las abarcas desiertas" y "Dale que dale" y el tema que da nombre al CD.

"Hernández era un absoluto cómplice de su tiempo. No quiero que esté ausente en esta fiesta, de la que él se sentiría solidario", expresó el catalán, y reiteró la historia de la carta que el poeta recibió de su esposa mientras estaba preso contando su pobreza. Llegó entonces "Nanas de la cebolla", probablemente el momento más emotivo de la noche.

Antes de una pausa en la que le dejó el escenario a su banda, Serrat levantó a todos con "Para la libertad", y a su regreso se enhebraron "El carrusel del furo", "Me gusta todo de ti (pero tú no)" y "Tu nombre me sabe a hierba".

"Cuidado con esas declaraciones de intenciones, que luego hay que mantenerlas", respondió el "Nano" a los piropos de las primeras filas. Después, habló de sus coterráneos como "gente curiosa, que, por ejemplo, usa el catalán, pero no por joder", y dedicó a "los catalanes que encontraron aquí su lugar y a los argentinos que por cosas de la vida se fueron para allá" su clásico "Paraules d`amor".

Certeros, prolijos, atentos, a Serrat lo escoltaban, además de Roca, José "Klitfus" Mas en teclados, Vicente Climent en batería, Israel Cuenca en guitarras y Daniel Casielles en contrabajo y bajo, todos dirigidos desde el piano por Ricard Miralles, a esta altura casi una parte misma del cantante.

El último tramo del recital -con el que el municipio de Lomas cerró su serie de festejos por sus 150 años- fue una sucesión de composiciones que "sabemos todos": "Mediterráneo", "Aquellas pequeñas cosas", "Esos locos bajitos", "Disculpe el señor", "Se equivocó la paloma" y "Cantares", con la que hizo su primera salida del escenario.

Los pedidos de más romance venían de vecinos que ganaron entradas gratuitas en un curioso sistema que implementó la comuna entre quienes tenían sus impuestos pagos, idéntico al que se utilizó en abril cuando estuvo Joaquín Sabina, también el estadio banfileño.

Serrat aceptó los ruegos y volvió para hacer "Sinceramente tuyo", "Señora" y "Pueblo blanco", para dar consejos, como que "nadie olvide nada al retirarse, así no vienen después por devoluciones", para admitir que le pesan sus 67 ("Me quedaría toda la noche. Yo, pero mi envase no") y para despedirse con "Lucía" y la obvia "Fiesta".

La palabra fiesta también había estado un rato antes en el saludo del intendente, Martín Insaurralde, que celebró la "noche histórica" que vivía el municipio, reivindicó el rol del Estado y lanzó un inequívoco "fuerza morocha" con destino en la Casa de Gobierno.