Cinco años más para Xi Jinping
El Partido Comunista de China se apresta a dar vía libre a Xi Jinping para amasar más poder que sus antecesores en un contexto marcado por la tensión con Estados Unidos
La guerra en Ucrania no cuenta, así como tampoco la sociedad larvada con Rusia. Cuenta, más que todo, el poder amasado por Xi Jinping desde que asumió el primer mandato en 2012 como secretario general del Partido Comunista Chino. Diez años después impuso su visión doctrinaria entre los pilares fundamentales de la China moderna, fundada y liderada por Mao Zedong entre 1946 y 1976, y remozada por Deng Xiaoping entre 1978 y 1989. La reforma constitucional de 2018, aprobada por casi todos los delegados del congreso partidario, eliminó el límite de dos períodos y le permite a Xi gobernar cinco años más.
El culto a la personalidad cambió el modelo dictatorial de no más dos quinquenios consecutivos por uno prácticamente indefinido. Eterno, en realidad. Xi endureció los controles estatales y no bajó un ápice la tensión con Estados Unidos, estrenada por Donald Trump con la guerra comercial y tecnológica y continuada por Joe Biden con el aumento de los aranceles. Una guerra por la supremacía mundial, ni más ni menos, con mucho negocio de por medio en la cual Taiwán pasó a ser algo así como el campo de batalla desde la controvertida visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, en agosto.
i, de 69 años, les propuso a los suyos acelerar el desarrollo militar. Un espaldarazo para el Ejército de Liberación Popular, el segundo más poderoso después del norteamericano, y un indicio de su intención de crear una sociedad próspera, minada ahora por la crisis económica. El plan consiste en restaurar el papel histórico de China como líder planetario a través del Cinturón y la Ruta de la Seda con proyectos faraónicos para construir puertos en Asia y África mientras mantiene disputas con India, Japón y varios gobiernos del sudeste asiático por reclamos limítrofes en el Himalaya y los mares de China Meridional y de China Oriental.
Nada quita la violación de los derechos humanos. Más de un millón de personas fueron detenidas en la provincia de Xinjiang desde 2016 por pertenecer a la minoría musulmana uigur. En la remota región autónoma del Tíbet, cerca de un millón de tibetanos de cuatro a 18 años se ven obligados a permanecer durante casi toda la semana en internados coloniales en los cuales son aislados de sus hogares, sus familias, su idioma y su estilo de vida. Y en Hong Kong, la Ley Básica de 1997, “un país, dos sistemas”, quedó en papel mojado debido a la represión china.
El abanico del poder del Xi despliega una vigilancia orwelliana de la vida privada de las personas, incluida la censura en internet y en los medios de comunicación. Antes del congreso partidario aparecieron pancartas contra la política de COVID cero por la cual quedaron confinadas ciudades enteras con un enorme perjuicio económico. Duraron un suspiro, como todo aquello que atente contra la figura presidencial en un país que castiga la corrupción de los funcionarios gubernamentales como pocos, con un millón y medio de arrestos, y en el cual está vedada la imagen del osito amarillo Winnie the Pooh por su parecido físico a Xi. Todo bajo control.