No mires arriba ni abajo
La crisis de Kazajistán dejó en evidencia la debilidad de los autócratas que reciben un gramo de poder y creen que tienen una tonelada de autoridad
El aumento del precio del combustible derivó en Francia en la aparición de los chalecos amarillos, contrarios a las políticas de Emmanuel Macron. Idéntica medida, con la excusa de racionalizar el consumo, desató protestas en Irán, Ecuador y Haití. Países distantes, aguijoneados por problemas estructurales recurrentes.
Otro pueblo, el de Kazajistán, encerrado entre Rusia y China en Asia Central, estalló el 2 de enero por una decisión similar de su impopular presidente, Kasim-Yomart Tokáyev. La abortó al rato. Tarde. La gota desbordó el vaso y causó, en una refriega brutal, 164 muertos, más de 1.300 heridos y casi 8.000 detenidos.
Las protestas, reprimidas a sangre y fuego por las fuerzas de seguridad de Tokáyev, provocaron la intervención militar de Rusia vía Vladimir Putin, siempre atento a preservar alfiles autócratas como los de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, y de Azerbaiyán, Ilham Aliyev. Kazajistán, gobernado por el mismo partido desde que se independizó de la extinta Unión Soviética en 1991, Nur Otan, se refugió bajo el alero de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), de la cual forma parte con Rusia, Armenia, Bielorrusia, Kirguistán y Tayikistán. Una versión rusa de la OTAN.
Tokáyev ordenó a los suyos “disparar sin previo aviso” contra aquellos que tildó de “bandidos y terroristas”. Una barbaridad, repudiada por la ONU. El gentío, enardecido, tomó el aeropuerto e incendió el Ayuntamiento de Almaty, la mayor ciudad del país, y vehículos de la policía. El encarecimiento del combustible, como en otras protestas, dejó al descubierto la realidad subyacente, En Kazajistán, con 19 millones de habitantes, 162 individuos atesoran el 55 por ciento de la riqueza nacional. Los esbirros de Estados Unidos, calificativo poco original, saltaron a la yugular de Tokáyev, presidente desde 2019, para denunciar la corrupción endémica del gobierno.
Un gobierno que, después de la rutina de Nursultán Nazarbáyev, que asumió el liderazgo en 1984, cuando Kazajistán aún formaba parte de la Unión Soviética, y se mantuvo en el poder durante los siguientes 35 años, ignoró los reclamos de los defensores de los derechos humanos y de los periodistas independientes por los sucesivos fraudes electorales. Fue el único candidato en 1991. Con un referéndum extendió su mandato de 1995 a 2000. En 2005, 2011 y 2015 obtuvo más del 90 por ciento de los votos. Renunció en 2019 por decisión propia. Le cedió el cargo a Tokáyev, expresidente del Senado, primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores.
¿Por qué el aumento de los precios del gas licuado del petróleo encendió la mecha? Porque es el combustible bajo en carbono que muchos utilizan para sus vehículos. Si los kasajos miran hacia arriba no ven un cometa que va a destruir la Tierra, como en la película de Netflix, sino un régimen que reprime, margina o coopta a cualquier oposición que le haga frente. Si miran hacia abajo, ven enormes reservas de petróleo, gas natural, uranio y minerales. Ven en ambos casos una sátira descarnada de algunas sociedades contemporáneas corroídas por la codicia y la vulgaridad de su clase gobernante. Una raza aparte que socava la seguridad colectiva en defensa de una minoría.
Kazajistán, de interés para Estados Unidos por las inversiones de Exxon Mobil y Chevron, es el país más grande del mundo sin salida al mar, más allá de que el Caspio, que es un lago, bañe sus costas, ni a la democracia. Las protestas mostraron la flaqueza de los oligarcas, pero resultaron ser una oportunidad para Rusia. Exhibió su músculo en los antiguos dominios soviéticos. Lo hizo en 2014 en Ucrania, en plan de afirmarse por las malas en su territorio para impedir ahora la anexión de la OTAN, y en 2020 en Bielorrusia y en la guerra entre Armenia y Azerbaiyán por Nagorno-Karabaj.
Los disturbios de Kazajistán expusieron el peligro que representa para las autocracias el final de un ciclo. El de Nazarbáyev, en este caso, encantado de ser llamado en sus tiempos Líder de la Nación. Tokáyev, su delfín, puede apretar los puños, ordenar garrotes a mansalva y pedirle ayuda Putin, pero eso no demuestra más que su impotencia y su temor. Otros de su calaña en otras latitudes tampoco pudieron atajar las protestas. Creyeron que un gramo de poder iba a otorgarles una tonelada de autoridad. No mires arriba ni abajo, sino al costado.
Jorge Elías
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