La dieta mediterránea se caracteriza por un alto consumo de vegetales, frutas, legumbres y cereales, pero tiene al aceite de oliva como prácticamente la única fuente de grasas monosaturadas. Salvo por eso, la alimentación del sur europeo es realmente baja en grasas saturadas, incluye un consumo moderado de pescado, poca carne y aves, y casi nada de lácteos. El vino también es muy recomendable, aunque en cantidades muy moderadas y solo con las comidas.

Históricamente se asocia este tipo de comidas con la longevidad. Un estudio de la Universidad de Atenas ya había establecido que la mortalidad se reduce entre un 7% y un 8% al incorporar una dieta mediterránea. Pero, además, este tipo de alimentación tendría un beneficio adicional para la salud: según un estudio de la Université Victor Segalen, en Bordeaux, Francia, una buena dieta mediterránea puede evitar enfermedades relacionadas con el deterioro congnitivo en adultos mayores, como la demencia senil. 

El menú combina nutrientes potencialmente protectores contra las enfermedades que implican un deterioro neurológico, dado que contiene vitaminas E y B12, carotenoides, flavonoides y una cantidad moderada de alcohol. Las pruebas clínicas mostraron, por ejemplo, una menor incidencia del mal de Alzheimer en poblaciones mayores europeas del sur de Europa, al compararlas con poblaciones similares en Estados Unidos.

El motivo radica en que, mientras que las grasas saturadas afectan a las membranas celulares (incluyendo las de las neuronas; y sin mencionar los riesgos cardiovasculares), las monosaturadas que se consumen en olivas y nueces no solo son más sanas, sino que, por ejemplo, ayudan a mejorar la memoria. A falta de tratamientos efectivos para las enfermedades neurodegenerativas, muchos especialistas están volcándose al estudio de este tipo de dietas como una forma quizás no de curar, pero al menos de prevenirlas o dilatar su avance.