Las negociaciones a cielo abierto y de cara a la sociedad siempre son bienvenidas. Se trata de un extendido reclamo recurrente a partir de que el kirchnerismo hiperconcentró el poder y rechazó todo tipo de diálogo. La conversación entre distintos es el pulmón por donde respira la democracia. Pero estos días la opinión pública asistió a la versión degrada de la búsqueda de acuerdos. La que ocurre clandestinamente entre gallos y medianoche y que no puede ser confesada en público porque se basa en propuestas indecentes, mecanismos extorsivos, perversos e inmorales y, en algunos casos,ilegales.

La gorda está loca: vive denunciando corrupciones y apocalipsis. La piba ya se puso la camiseta de todos los partidos. La chupacirios es de derecha y está en contra del aborto y de los gay. La pinguina es nuevita y no entiende las reglas del juego. Elisa Carrió, Patricia Bullrich, Cynthia Hotton y Elsa Alvarez fueron descalificadas por lo bajo con esa fiereza. Los que acusaron a las cuatro acusadoras no tuvieron en cuenta un pequeño detalle: esas mujeres corajudas decían la verdad. Se les podrá hacer mil críticas pero, en este caso, tenían razón. Fueron honestas hasta el sincericidio, se negaron a mentir, resistieron el embate corporativo que dice sin decir, “esto pasa siempre, chicas, no quieran inventar la pólvora”. Esta vez la transversalidad se dio entre aquellos que por distintos motivos coincidieron en un extraña alianza anti investigación. Figuras del kirchnerismo, el radicalismo, el macrismo y hasta (sorprendentemente) Margarita Stolbizer y la socialista Mónica Fein se asociaron para cerrar todas las ventanas y no permitir que se iluminara una sesión tan oscura.

Es cierto que nadie aportó pruebas para certificar que se produjo el delito de coima o que funcionó la Banelco de Cristina. Pero también debe reconocerse que las cuatro diputadas hicieron la crónica de un escándalo anunciado porque como dijo Felipe Solá, esa “no fue una sesión normal”. Lo lógico para todo aquel que quisiera mantener limpio el buen nombre y honor del Congreso era investigar hasta las últimas consecuencias, incitar para que hablen los que callaron, darle garantías y apoyos a los que se atrevieron a decir lo que sucedió. La clausura abrupta de las tres cuestiones de privilegio, el ninguneo discriminatorio de lo revelado por “el grupo de las cuatro” fue una manera de no separar la paja del trigo, de que paguen justos por pecadores.

Ni el kirchnerismo, ni el radicalismo ni el macrismo hicieron el máximo esfuerzo para establecer que más había pasado. Prefirieron mirar hacia otro lado.

Muchos opositores perdieron una gran ocasión para profundizar el modelo de reclamar transparencia para las acciones del gobierno. Eligieron mezclarse casi todos juntos en un Frente Unico por el Silencio. Tapar, ocultar, solo beneficia a los delincuentes de la política. Los que tienen una trayectoria limpia (que son muchos por suerte) deben pelear para extirpar a los que utilizan la democracia para enriquecerse ilícitamente o para inaugurar obras en sus provincias a cambio de sus convicciones más profundas. Esa forma del apriete y la cooptación que existió siempre pero que fue llevada al climax por el kirchnerismo debe ser denunciada si se pretende recuperar el entusiasmo de las grandes mayorías (y no solo de la militancia) por la ética republicana.

Moraleja: con las manos limpias no alcanza para gobernar pero es condición necesaria para construir liderazgos políticos genuinos. Los argentinos ya probamos el “roba pero hace” y comprendimos que esa malversación, como la mentira, tiene patas cortas.

Carrió, Hotton, Bullrich