Brotes, rebrotes y rebotes
Los brotes de ira en Estados Unidos y Hong Kong parecen distantes, pero coinciden en exaltar el nacionalismo de dos líderes supuestamente enfrentados: Trump y Xi Jinping
Los brotes de rabia en Hong Kong comenzaron el 9 de junio de 2019 por una provocación. Un proyecto de ley iba a permitir la extradición de sospechosos de delitos a China. La iniciativa, impulsada por la jefa ejecutiva, Carrie Lam, con el consentimiento del régimen de Xi Jinping, marchaba a contramano del estatus de la región administrativa especial desde que dejó de ser una colonia británica. “Un país, dos sistemas”, según la Ley Básica de 1997. Los brotes derivaron en rebrotes en otras latitudes en solidaridad con aquellos que, desde el primer minuto, no dejan de ganar las calles para exigir que se respeten sus derechos.
Las protestas en Estados Unidos comenzaron casi un año después, el 25 de mayo de 2020, en medio de la crisis sanitaria global, por otra provocación. El brutal asesinato de un ciudadano negro, George Floyd, bajo la rodilla de un policía blanco, Derek Chauvin, enardeció a Black Lives Matter (Las vidas negras importan). El colectivo nació curiosamente en 2013, durante el gobierno del primer y único presidente norteamericano negro de la historia, Barack Obama, por los mismos atropellos que denunciaba Martin Luther King en los años sesenta: la segregación racial y la violencia policial. Esta vez, hasta decapitaron estatuas de esclavistas y conquistadores.
Hong Kong dista a 12.000 kilómetros y monedas de Minneapolis, donde murió Floyd. Sus ciudadanos lidian con una dictadura comunista mientras los otros, en medio de la campaña por las presidenciales, rechazan cuatro años más de gobierno de Donald Trump, simpatizante confeso de la supremacía blanca. Trump y Xi, embarcados en la guerra comercial y tecnológica, y en la otra guerra, la del origen del coronavirus, tienen más coincidencias que diferencias, más allá de las controvertidas anécdotas de intercambio de cortesías que narra John Bolton, exconsejero de Seguridad Nacional, en su libro de memorias The Room Where It Happened (La habitación donde ocurrió).
La clausura del consulado chino en Houston por supuesto espionaje y, cual réplica, la del consulado norteamericano en Chengdu, así como la detención por fraude en su solicitud de visado de la investigadora china Juan Tang, refugiada en el consulado de su país en San Francisco, acrecentaron la tirantez. En ambos casos, una forma de mantener viva la pugna con un enemigo externo imperioso, tensando una cuerda que, por mutua conveniencia, ni uno ni el otro se anima a romper en una competencia que excede la política. La de la expansión mundial de la red de internet de quinta generación o 5G que se propone la multinacional china Huawie.
“El Partido Comunista Chino se ha vuelto más asertivo, exigente, inflexible y punitivo en su postura internacional” mientras que “la adopción por parte de Estados Unidos de una competencia estratégica afecta las percepciones y las políticas europeas”, dice el informe Dealing with the Dragon: China as a Transatlantic Challenge (Gestionando el dragón: China como desafío transatlántico), de The Asia Society Center; la Universidad George Washington, de Estados Unidos, y la Fundación Bertelsmann Stiftung, de Alemania. En rigor, “el comportamiento de Trump con sus aliados y socios europeos ha erosionado en forma sustancial la confianza transatlántica”.
Tanto los brotes de Hong Kong como los de Minneapolis, con sus últimas esquirlas en Portland y otras ciudades, reportan beneficios para Trump y Xi. Ambos necesitan la cohesión para apuntalarse al cobijo del nacionalismo. Uno para reforzar su autoridad en el Partido Comunista Chino. El otro para revertir encuestas desfavorables a menos de 100 días de las elecciones. Si Trump se pelea con medio mundo, Xi no se queda detrás: mantuvo con India el peor incidente fronterizo desde 1975, se trenzó con Vietnam y Filipinas, tuvo roces con Japón por las islas en disputa en el mar del este de China y ordenó el sobrevuelo de cazas sobre Taiwán.
En medio de las protestas y de la pandemia, la dictadura china convalidó una ley de seguridad para Hong Kong. Algo así como el presagio del final de su estatus especial, con fecha de vencimiento en 2047. Otra provocación mientras Xi muestra músculo con Taiwán, otro dominio rebelde. La confrontación, acaso concertada como herramienta de poder, coincide dentro de sus respectivas fronteras y en el exterior contra antagonistas que enarbolan reivindicaciones. Trump, al estilo Richard Nixon, alza el escudo de “la ley y el orden” para sosegar las protestas. Xi, al igual que Mao Zedong, procura imponer “el orden” a secas.
La mano dura en ambos casos implica brotes coronados por rebrotes que, en términos políticos, implican rebotes, de modo de contentar a la línea dura de sus respectivos bandos. "Tomar medidas enérgicas contra Hong Kong avivó el nacionalismo chino continental en un momento de declive económico y de crecientes frustraciones internas por la salud y la seguridad públicas", observa Ryan Hass, experto en China del centro de investigación The Brookings Institution, de Washington, La respuesta policial frente a las revueltas en Estados Unidos, sin mediación alguna de Trump en plan de aquietar las aguas, va en igual sentido.
En la pulseada con Xi, los sondeos domésticos favorecen a Trump. “La mayoría de los norteamericanos culpa a China del coronavirus y considera que debería pagar alguno de los costos globales de la pandemia”, indica el de Rasmussen Reports. Un signo de la polarización: el 72 por ciento de los republicanos y apenas el 37 por ciento de los demócratas y de los votantes no afiliados cargan tintas contra el régimen comunista. El aislacionismo de Estados Unidos, mientras China teje su red con Rusia y otros países atados a sus compras e inversiones, excede el corto plazo. La cuenta regresiva hacia el 3 de noviembre, fecha de las elecciones norteamericanas.
No es lo mismo ir contra una dictadura de partido único que contra las fallas de una democracia. La distancia se acorta, como antes del coronavirus con el cabreo global por los daños colaterales de la crisis financiera de 2008. El apuro lleva a Trump a enzarzarse aún más con China, a castigar a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a tildar a la oposición de “nuevo fascismo de izquierda”. Xi refuta los reproches, paga con la misma moneda y sostiene una fiera riña con Canadá por el arresto en 2018 de Meng Wanzhou, hija del fundador de Huawei. Jugador clave en el decoupling (desacople económico y tecnológico). La rareza de un mundo multipolar en el cual ninguno puede solo.
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