En la primera escena de “Buena Gente”, Margarita (Mercedes Morán) llega tarde a su trabajo, una vez más, y su joven jefe se ve en la desgraciada situación de tener que despedirla. Incrédula primero y luego más concentrada, ella despliega todos sus recursos para disuadirlo: encanto personal, anécdotas divertidas, chantaje sentimental, cruda insistencia. Pero nada funciona, Marga se queda sin trabajo.

Es una escena reveladora del registro coloquial que va a tener la pieza, donde las conversaciones se extienden con largueza y se multiplican en ligeras variantes de los mismos temas. Principalmente la situación de Marga, que acaba de perder su trabajo, y pronto va a quedarse también sin techo porque no podrá pagar el alquiler. Sus amigas (Verónica Llinás y Silvina Sabater), insisten en que vaya a ver a Juan (Gustavo Garzón), amigo de la infancia y novio fugaz de la adolescencia, pero sobre todo un hombre que logró salir del barrio humilde de todos ellos, convertirse en un médico exitoso y vivir en un country. Sólo él podría estar en condiciones de ayudarla.

Marga tiene una buena razón para desatender sus tareas: una hija discapacitada de 30 años, que debe criar sola y sin recursos. Su encuentro con Juan es otra fiesta de retórica y manipulación. Se muestra encantadora, pero en un punto no le perdona su prosperidad, su esposa joven y rubia, el hecho de haber tenido un padre. Sólo cuando está con sus amigas, en la casa o en el bingo, Marga parece descansar. Esas son las escenas más logradas de la pieza: agudas, graciosas, llenas de contenido y breves.

Cada escena se presenta con un despliegue de imágenes proyectadas sobre el fondo, una instalación sonora y un efecto general de gran fuerza dramática. Pero además están los muebles propios de cada escena: lockers, biombos, escritorios, escaleras, mesa de cocina y tabla de planchar. Sólo la barra del bingo resulta austera y eficaz.

Aunque una deuda importante sigue impaga y esconde el verdadero nudo argumental de la historia, el tono general de la pieza parece concentrarse en el plano relativamente más trivial de las diferencias de clase, o mejor dicho, de la movilidad social. Mercedes Morán se mueve con toda comodidad en ese personaje algo filoso que es Margarita, encantadora pero demandante en extremo y en un punto enconada. Todo el elenco se luce, pero en especial las amigas, Susana Sabater y la gran Verónica Llinás.

Claudio Tolcachir dirige con gracia y precisión esta nueva obra del joven dramaturgo estadounidense David Lindsay-Abaire, que ya tiene, entre otros, un premio Pulitzer por su obra “Rabbit Hole”. Se presenta en el teatro Liceo, en Rivadavia y Paraná.