Los argentinos de todas las banderías hoy tenemos un enemigo común: el odio. Es la degradación del ser humano. El paso previo a la violencia. El jueves le dije que lo único que merece ser odiado es el odio, o la muerte. El odio nunca construye y por eso siempre es reaccionario. Nos lleva por el peor de los caminos, nos empuja al abismo del resentimiento y la venganza. La muerte de Néstor Kirchner desnudó un odio social de una dimensión difícil de encontrar en la historia reciente. Una fractura y un abismo que pone a los que odian a Kirchner de un lado y a los que odian a los que odian a Kirchner del otro. ¿Quien empezó? No se si es lo que hoy importa. Pero no voy a escaparle a la definición que ya hice muchas veces y que la muerte de un hombre no me puede hacer cambiar: estoy convencido de que la reinstalación de la descalificación es responsabilidad del matrimonio Kirchner. De su forma de acumular poder y de ejercer el gobierno.

Sus seguidores dicen que estos niveles de enfrentamiento son positivos porque le han devuelto la pasión a la política y porque potencian el debate entre los que quieren construir una sociedad mas justa y los que se resisten a perder sus privilegios. Los militantes kirchneristas no ven el nivel de crispación verbal y de desprecio por el pensamiento distinto como algo malo o como un subproducto no querido de sus estrategias. Lo ven como el motor de la historia. Como el despertador de las conciencias adormecidas por los malditos años 90. Yo me permito pensar todo lo contrario. Creo que este país ya ha pasado demasiados dramas y horrores durante la última dictadura como para que el discurso bélico no sea un problema grave y peligroso. Hay ejemplos entre nuestros hermanos del continente donde se logró bajar la pobreza, la desocupación, recuperar la autoridad presidencial y revalorizar la política y no se apeló a la pólvora discursiva. Todo lo contrario. Los diálogos en Chile, en Uruguay o en Brasil, por ejemplo, no son tomado como claudicaciones o rendiciones sino como sólidos avances mancomunados que involucran políticas de estado a favor de los que menos tienen y más necesitan.

Hay en los contestadores de las radios, en los mensajes en internet, en la calle, un nivel de intolerancia que debemos frenar entre todos. Ese odio es un cáncer político. No importa de donde venga. Es tan malo el de los kirchneristas que atacan a todo el que no se subordine al discurso oficial como el que destilan el regreso de los gorilas vivos que desprecian cualquier cosa que venga del gobierno. Que nadie se crea que fomentar eso es revolucionario. Que todos comprendamos que hay que darnos una tregua para bajar los decibeles, para enriquecernos y reconocernos en el pensamiento del otro.

Hay matices, grises, no toda la vida es blanco o negro, Kirchnerismo o antikirchnerismo. El fanatismo no deja pensar. El fundamentalismo es la cárcel del pensamiento. El todo o nada nos lleva siempre al combate. Hay una lucha que nos debe unir contra ese incendio de rencor en llamas. Ya se lo dije el jueves. Jamás hay que desear la muerte de nadie.

Ojalá la presidenta convoque a la coexistencia pacífica. Ojalá.

Creo que pacificar es la tarea de las tareas.

Kirchner, muerte, lucha