Cuando no significa sí
Seis de cada diez griegos decidieron rechazar en el referéndum el plan de austeridad y salvataje financiero dictado por la troika, lo cual marca un precedente insoslayable para Europa
Más allá de las arduas negociaciones del gobierno de Alexis Tsipras y la troika formada por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), el quebranto de Grecia no es sólo económico, sino, también, humano. Desde 2010 han aumentado en forma pavorosa los suicidios. ¿Cuánto? Un 35 por ciento. En siete años ha caído un tercio el consumo de las familias. En promedio, uno de cada dos jóvenes no trabaja. Aquel que tiene empleo gana menos que en otros países de Europa. Los ricos transfirieron sus fortunas al exterior. La clase media, a la usanza argentina, acopia en el colchón el dinero rescatado de los bancos.
Ni los todos multimillonarios del mundo, cuya legión ha incorporado 920.000 individuos en 2014, podrían cancelar la deuda griega, de 267.000 millones de dólares (en euros, 240.000 millones). Podrían cubrir el 68 por ciento, según Bloomberg Billonaires Index. Algo es algo, aunque no figure en los planes del chino Wan Jianglin ni del norteamericano Jeff Bezos ni del francés Patrick Drahi ni del español Amancio Ortega ni del mexicano Carlos Slim. De hacerlo, ¿quién les garantizaría la devolución? Sobre Grecia pesa su pésimo historial de pago a pesar de ser miembro de la Unión Europea desde 1981 y de la alianza atlántica (OTAN) desde 1952?
Frente a la dureza de la troika, Tsipras invirtió su capital político en rechazar en el referéndum del domingo 5 de julio de 2015 el plan de austeridad y el salvataje financiero. Seis de cada diez griegos expresaron su frustración tras cinco años de recortes en las pensiones, alzas de impuestos y, en la semana previa, cierre de los bancos y limitación en los retiros de los cajeros automáticos. El resultado fue unánime: 61,31 por el no frente al 38,69 por el sí.
¿Qué significa el no? Que el gobierno de Syriza, versión griega de los indignados de otras latitudes, responde de ese modo al acuerdo preliminar propuesto por la troika: ahorro del uno por ciento del PBI por medio de recortes en el sistema de seguridad social y suspensión de la dispensa de impuestos para las islas a cambio de una ayuda financiera de 50.000 millones de euros.
El no quiere decir sí, por más que el referéndum haya sido extraño a la tradición europea. En Grecia hubo siete consultas de ese tipo en el siglo XX, todas sobre cuestiones constitucionales, no económicas. Tres de ellas fueron convocadas por sus dos dictaduras, la de la década del treinta y la de los coroneles, entre 1967 y 1974. No se trata en este caso de la proclamación de un divorcio de la zona euro, sino de una propuesta para recomponer las relaciones y encarrilar a un país sofocado por las deudas heredadas de gobiernos corruptos que no vacilaron en endeudarse con Alemania, Francia, Italia, España, el FMI y el BCE, entre otros.
Grecia tiene un arma secreta. O no tanto, en realidad. Miles de refugiados de África y de Medio Oriente arriban a sus puertos. El de Pireo, en Atenas, es prácticamente chino. De allí partió la flota griega que derrotó a Persia (hoy Irán) en la batalla de Salamina. Los griegos podrían dejarlos pasar fácilmente rumbo a los países más apremiados por la inmigración ilegal, algunos de los cuales son sus principales acreedores. Las consecuencias serían devastadoras ante las amenazas del Estado Islámico (EI) de poner un pie en Europa después de haberse adjudicado dos atentados en Francia en menos de un año. La pelota está en el campo de la Unión Europea.
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