Este Sudáfrica 2010 ha sido extraño, increíble y seguramente inolvidable para todos aquellos que hemos tenido la fortuna de cubrirlo más allá del futbol. Un mundial realizado en un país tercermundista, como los nuestros, tan lejano geográficamente como cercano al protoplasma cultural de América. Los esclavos negros africanos fueron parte de nuestro origen y las imágenes cotidianas que desfilan aquí van aparejando esa concordancia histórica que tiende a morir en el inconsciente colectivo. Solo el ruido ensordecedor de las vuvuzelas, como interminable mantra, recuerda incansablemente que… ¡venimos de la madre África!

Una sociedad llena de contradicciones, lujosos estadios de primer mundo, a solo diez minutos de barrios infrahumanos donde la miseria se expone como atractivo turístico para los visitantes de cámara fotográfica al cuello caminando como seres de raza superior en medio del polvo y la alegría triste de niños semidesnudos que saludan y ríen solo con la esperanza de unas monedas, un dulce o una fotografía de su paupérrima existencia que mostraremos al regreso a nuestros familiares y amigos.

La miseria se huele en el ambiente, es un olor a suciedad, abonado con orín e injusticia social, regados por lágrimas secas del llanto sordo que tostó las caras ajadas y curtidas de muchas generaciones pasadas. Estas comunidades azotadas por la violencia de la indiferencia y el olvido veneran como santos a Mandela y a Gandhi, -padres del pacifismo-, en medio de su desesperanza.

Este choque cultural descubre con dolor y sin anestesia posible la diversidad multiétnica del planeta, cotejando una visión occidentalizada de la vida frente a lo primitivo y cotidiano de las tribus africanas desplazadas por el abandono y el hambre a grandes urbes, negándose con obstinada razón a renunciar a su magica cultura que solo conocíamos a través de la televisión, las fotografías o estereotipadas por Hollywood.

Ha sido el mundial del ruido, el frio, los sombreros, las caras pintadas y las sorpresas.

Un mundial extraño donde las mediatizadas ligas futbolísticas del mundo, exceptuando España, se fueron del torneo en medio del ruido estrepitoso de su fracaso. Primero Francia, después Inglaterra y luego Italia, la vigente campeona del mundo, se marcharon dejando una estela de frustración y ridículo imborrable hasta el próximo mundial. En el futbol siempre hay revancha, será seguramente su letanía que como dogma de fe alimentara sus sueños de reivindicación futura.

Un mundial africano donde pensamos podríamos ver el verdadero potencial del continente que con su sangre irriga el futbol europeo. Y no fue así. Primero se fue el de más pergaminos mundialistas Camerún, después Argelia y Nigeria que cerrara sus fronteras por dos años para reestructurarse, luego la local Sudáfrica a quien solo le alcanzo el entusiasmo de anfitrión para estar en primera ronda, después Costa de marfil , quedando Ghana, la selección más joven del torneo, abanderada de la unidad espiritual del continente negro.

Mundial extraño para América, daba la impresión en las primeras fases que jugaba su copa continental al otro lado del mundo en casa ajena, con una participación brillante de todas sus selecciones exceptuando a Honduras que lleno de dudas su realidad. De las siete selecciones americanas, seis pasaron a octavos de final, teniéndose que eliminar entre si Brasil con Chile, Argentina con México, EEUU con Ghana; pasando a cuartos cuatro, hasta allí alcanzo la alegría porque a semifinales solo llego Uruguay, extrañamente el equipo menos candidato de la prensa suramericana para hacer un gran mundial. Uruguay clasifico al mundial por repesca ganándole el cupo con un gol milagroso a Costa Rica del nuevo héroe nacional Sebastián Abreu.

El viejo y querido futbol uruguayo que ha vivido más de las historias de sus próceres futbolísticos, el negro jefe Obdulio Varela, el flaco Schiaffino o de Alcides Ghighia autor del gol del maracanazo, es hoy el paladín del futbol de este continente con otros nombres buscando inmortalidad, Forlán, Suarez y Muslera cantando como coral montevideana a ritmo de candombe que “La celeste ha regresado”.

Los grandes candidatos suramericanos al título por sus pergaminos jugadores e historia, Brasil y Argentina, se fueron derrotados, hasta goleados y humillados en el caso de los gauchos. De poco sirvió su favoritismo para la consecución del objetivo final con su pléyade de estrellas y nombres de marquesina. Holandeses y Alemanes les hicieron la maleta con una lección de seriedad en el campo donde una vez más el orden, la táctica y el talento, estuvieron por encima de la picardía y verborragia maradoniana en el caso argentino y el “jogo bonito” de los “mais grandes do mundo”.

Chile y Paraguay fueron algo más que sorpresas en este campeonato. Fueron un canto a la ilusión continental. Fueron un grito de alerta al mapamundi preestablecido del futbol orbital. Araucanos y Guaraníes están trabajando en serio para ser tenidos en cuenta, no solo como participantes de número, si no como protagonistas de primer orden.

Chile presento un equipo bien planificado por el inexpresivo Marcelo Bielsa, fueron un ejército que se movió como piezas de ajedrez en el campo, lleno de peones y torres defendiendo una idea, pero sin alfiles de talento, excepción de Alexis Sánchez y sin caballos goleadores que respaldaran con anotaciones su estrategia de tablero.

Paraguay con voluntad y el corazón como sus principales virtudes término siendo el de siempre. El Paraguay de las cruzadas, luchando a sangres y fuego por el santo grial del éxito. Al final recordó ese futbol añejo de punta y para arriba característico históricamente de los paraguayos que le gano el pulso final en las instancias definitivas al futbol rápido con pelota al piso de talento que en la eliminatoria dejo un aroma delicioso del buen terere del nuevo futbol guaraní.

RafaV.