Los protagonistas del llamado escándalo del siglo respetaron durante tres décadas el pacto de honor que habían sellado con Mark Felt, subjefe del FBI durante el gobierno de Richard Nixon, hasta que él mismo decidió develarlo en 2005. Era Deep Throat (Garganta Profunda), el informante de Bob Woodward y Carl Bernstein, periodistas de The Washington Post, encargados de la investigación del caso Watergate. “Supe quién era un año después de la renuncia de Nixon, pero no puedo abrir la boca hasta que llegue el momento”, se excusó antes de la revelación el editor Ben Bradlee durante una charla informal en su oficina del Post.
Todo había comenzado el 17 de junio de 1972 con la detención de cinco presuntos ladrones en la sede del Comité Nacional Demócrata, opositor, instalada en el complejo Watergate, de cara al río Potomac. Un llamado de teléfono aguijoneó el olfato de los editores del Post mientras Bradlee, uno de ellos, pasaba el fin de semana pescando en West Virginia: “¿Me quieres decir qué hacían esos cinco tipos con equipos de escuchas telefónicas?”, se preguntó.
Le sonó raro. Después de algunos cabildeos, los editores asignaron la investigación a dos reporteros de asuntos locales: Woodward, ex oficial de la Marina que hacía sus primeras armas en el diario, y Al Lewis, prototípico cronista policial que amaba los uniformes. “No teníamos nada que perder, excepto tiempo”, me dijo Bradlee.
Woodward y otro reportero, Bernstein, un pelilargo novato que hasta ese momento había demostrado más pasión por la guitarra eléctrica que por la máquina de escribir, formaron poco después la dupla que llegó a llamarse Woodstein dentro del Post. “En una caminata por la plaza McPherson Square le pedí a Woodward que me confesara quién era Deep Throat, y me lo dijo –recordó Bradlee–. Ya era hora, ¿no?”. Algunos indicios señalaban a un hombre, uno solo. “Sólo mi mujer lo sabe”, me dijo en esos años Woodward, sonriente y tajante.
Vanas fueron en los dos años y monedas que duró la investigación las maniobras de Nixon y de su gente por ocultar la verdad mientras Deep Throat hacía de las suyas colaborando en forma anónima con los cabos sueltos que iban atando los periodistas del Post, como refleja la película “All the President’s men (Todos los hombres del Presidente)”, con Robert Redford (Woodward), Dustin Hoffman (Bernstein) y Jason Robards (Bradlee), rodada en 1976.
Alguien puso entonces la mano sobre el hombro de Bradlee, amigo y vecino del senador demócrata John Fitzgerald Kennedy, luego presidente: “A veces, queda al descubierto la yugular del periodismo. Una vez cada ocho siglos, más o menos, uno se topa con una historia o con un rumor tan maravilloso que da vergüenza confirmarlo”.
Nixon renunció el 8 de agosto de 1974. Fue el único presidente en la historia de los Estados Unidos que se vio obligado a hacerlo. Murió el 22 de abril de 1994. Seguirá siendo un enigma si sabía quién era Deep Throat. ¿Un traidor, un patriota? El periodista ya no es el vehículo de las noticias, sino su intérprete, me enseñó Bradlee, fallecido el 21 de octubre de 2014. El periodista, decía, debe ser esencialmente escéptico frente al caudal de mentiras que pasa frente a sus narices mientras lidia con presiones, intereses, censuras, mordazas, amenazas y réplicas. Debe privilegiar siempre, como su estrella, la verdad. En eso estamos, maestro.
 
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