“Después de la tierra” es una película de alta producción que transcurre en un futuro remoto (dentro de mil años), pero más que ciencia ficción cuenta una historia de supervivencia. En un planeta hostil, un chico de 14 años con gran entrenamiento militar tiene que llegar a cierto lugar atravesando horribles peligros. En especial una bestia al parecer indestructible que actúa estimulada por los feromonas humanos, que exudan, entre otros, el olor del miedo.

El padre del chico (Will Smith, en la película y en la vida real) le transmite una enseñanza que eventualmente va a salvarle la vida: se trata de dominar el miedo, como un acto extremo de concentración y disciplina. Es una idea interesante que hace pensar. Si un hombre amenaza a otro con un revólver es quien de hecho tiene el poder. A menos que el otro no tenga miedo de morir.

“Guerra mundial Z” es otra película de alta producción que narra una epidemia planetaria de zombies. A pesar de pertenecer claramente al género catástrofe, se manejan en la trama algunas ideas de gran belleza.

El joven médico infectólogo le explica a Brad Pitt (el héroe) la forma en que opera la Naturaleza. La Naturaleza es una asesina serial, le dice, con una compulsión al crimen; pero como todo asesino serial, tiene un deseo profundo de ser detenida. Es una hija de puta, concluye (“She’s a bitch”), pero en lo más profundo del desastre muestra la clave de la respuesta. En el peor momento aparece una brecha, un indicio, el secreto de la curación.

El titular del Mosad -el servicio de inteligencia israelí- le explica a Brad Pitt cómo fue que creyó en la existencia de los zombies desde el minuto uno. Tenemos esta política, le dice. Si en un equipo de diez agentes nueve están de acuerdo en que la información recibida es un disparate, se designa a uno, el décimo, para que investigue el disparate con toda seriedad.

Cuando veo películas de género con este nivel de diálogos, recuerdo los diálogos de las producciones nacionales y me dan ganas de llorar.