Ayer nació algo nuevo en la Argentina. El parto popular fue callejero, pacífico, autoconvocado, multitudinario y de una extensión territorial pocas veces vista. Los indignados argentinos se transformaron en un océano de protesta que por su magnitud registra pocos antecedentes en la historia nacional.

Cada maestro tenía su librito. Cada uno se quejaba de lo que quería. Los carteles lo decían todo. Los que no aguantan mas la mentira inflacionaria ni que se laven las manos mientras matan a la gente en los barrios inseguros. Los jubilados que exigen cobrar antes de morirse el 82% móvil que Cristina vetó y trabajadores que no llegan a fin de mes y le roban parte de sus salarios con la excusa insólita del impuesto a la ganancia. Por momentos, esa rebelión de los barrios, por su madurez republicana parecía caminar varios pasos delante de una dirigencia política que todavía no los representa.

Eran ciudadanos movilizados construyendo más democracia pero huérfanos de conducción partidaria. Hubo cientos de miles que reclamaron a gritos un liderazgo. Alguien que les marque el camino. Están convencidos de que en el 2015, para la salud de las instituciones, deberemos elegir otro presidente. De cualquier partido, pero que no sea Cristina porque la Constitución se lo prohibe. Hubo casi tantos reclamos como personas. Pero el gran denominador común se expresó en la consigna mas cantada: “Si este no es el pueblo/ el pueblo donde está/”. Y ese fue el principal reclamo. El de pertenecer al pueblo. Algo así como decir: “¿Quiénes son ustedes para atribuirse la representación total de la patria? El 54 % los habilita para gobernar con total legalidad y legitimidad. Pero no los habilita para maltratar, humillar ni descartar al resto del país que no la votó. Pepe Nun, uno de los intelectuales mas importantes de la Argentina y que fue secretario de cultura de Néstor Kirchner, dijo que “fue una marcha por la dignidad”.

Y creo que dio en la tecla. Por suerte el gobierno se equivocó en la caracterización que hizo de los participantes. Salvo algún marginal, no se detectaron golpistas ni fachos ni racistas. Seríamos un país nefasto si tanta gente celebrara las dictaduras o estuviera pensando solo en Miami. Eso solo existe en la imaginación del oficialismo. Necesitan construir un enemigo y lo diseñan con un perfil que los tranquilice.

Es cierto que había gente de todos los estratos sociales pero, mayoritariamente, de clase media. Pero eso, no es ningún pecado. Encima tanto la presidenta como varios de sus ministros y paraperiodistas subsidiados, se la pasaron vomitando sobre la clase media pero desde arriba, desde su condición de millonarios.

Es cierto que los manifestantes todavía no saben a quien votar. Pero se atrevieron a desafiar los aprietes del estado. La esperanza venció al miedo, como dijo Lula. Una señora mostró en vivo y en directo una cartulina con la frase de Thomas Jefferson:”cuando el pueblo teme a su gobierno, hay tiranía; cuando el gobierno teme al pueblo, allí hay libertad”. Otro cartel, repleto de humor cordobés decía: “Hoy comí por 20 pesos, Cristina, mandáme la AFIP”. Y otro agitaba la ironía: “Soy golpista, golpeo cacerolas”.

Ayer nació algo nuevo en la Argentina. Todavía es un fenómeno confuso porque no tiene dogmas ni dueños. Saltaron de la realidad virtual a la movilización pura y dura. Es una red de solidaridad social y apoyo mutuo y de autodefensa frente a la prepotencia de estado. Este movimiento recién está empezando a caminar y ya produjo un hecho político gigantesco. El 8N se ganó su lugar en la historia grande. Es una revolución en paz que surgió en internet. Nadie les baja línea, no tienen tutores ideológicos y ejercen sus derechos sin pedirle permiso a nadie. Quieren democracia para todos y no solo para los amigos. No quieren una democradura y por eso hubo mayoría de mujeres y de jóvenes. Están hartos de que los reten. De que les levanten el dedito y les dicten cátedra de como vivir, que pensar y cual es la patria. Es verdad que Cristina sacó el 54% hace un año apenas y que hay que ayudarla a que complete su mandato de la mejor manera. Pero justamente eso habilita otra pregunta que es inquietante para los habitantes del poder:

¿Que hizo la presidenta para merecer esto? ¿Ella fomentó que tanta gente, tan diversa y tan rápido se uniera en un grito? ¿Cometió algún error? ¿Esta dispuesta a corregir algo?

Ayer nació algo nuevo. Se agitaron solo banderas nacionales y se cantó mil veces y con fervor el himno. En la calle, codo a codo, fueron mucho más que dos. Y al final se supo donde estaba el pueblo o una parte importante. Anoche estuvo escribiendo la historia. Sin arrodillarse y con la frente alta.