El reparto del poder
Superada la pandemia, el mundo será parecido, pero diferente, sobre todo por el reparto del poder de Estados Unidos frente al ascenso de China y Rusia
Cómo termina la hegemonía de Estados Unidos. No se trata de una duda, sino de una tesis sobre el reparto del poder de los académicos norteamericanos Alexander Cooley y Daniel H. Nexon. La pandemia tuvo una respuesta internacional fatto in casa, con el cierre de fronteras, el rebrote del nacionalismo y la consecuente crisis global. En un mundo menos cooperativo, guiado por el lema America First de Donald Trump y por los caprichos de otros autócratas, el informe Perspectivas de la economía global, del FMI, vaticina para 2020 el crecimiento de un solo país entre los grandes. China, curiosamente. O casualmente.
Un uno por ciento magro para las llamadas tasas chinas, pero significativo por haber sido la cuna del coronavirus, haberle escamoteado información a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y haberse convertido en el enemigo externo imperioso de Trump, en medio de la guerra comercial y tecnológica, de cara a su afán de ser reelegido en noviembre. En el reparto del poder, el régimen de Xi Jinping se mostró como el único capaz de socorrer a enfermos y confinados mientras el presagio de caídas de la economía global va del ocho por ciento en Estados Unidos al 5,8 en Japón, al 7,8 en Alemania, al 10,2 en el Reino Unido, al 12,5 en Francia y al 12,8 por ciento en España e Italia.
Estados Unidos renunció a su papel de líder global mucho antes de la súbita crisis sanitaria. Pruebas al canto. Los reproches frecuentes de Trump a alianzas como la OTAN e instituciones como la ONU, de la cual depende la OMS, despojada de fondos norteamericanos. La ruptura unilateral del pacto con Irán, rubricado por el Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania. La deserción del Acuerdo de París sobre el cambio climático, firmado por 190 países. El apoyo al Brexit. Los coqueteos con autócratas como Kim Jong-un; Vladimir Putin; el príncipe heredero saudita, Mohamed bin Salmán, y hasta Nicolás Maduro. Lo peor de cada casa.
De ser ciertas las revelaciones de John Bolton, exconsejero de Seguridad Nacional, en su libro de memorias The Room Where It Happened (La habitación donde ocurrió), Trump carece de escrúpulos. Es coherente, en realidad. Sabe mejor que nadie que la polarización beneficia a las cúpulas, supuestamente en las antípodas, mientras las masas se trenzan en riñas verbales procurando imponer la verdad de un bando o del otro. Sobre todo, en las redes sociales. En ocasiones, cloacas. Bolton dice que Trump le pidió ayuda a Xi para ser reelegido. ¿Cómo? Con el aumento de las compras de productos agrícolas norteamericanos, de modo de capitalizar el voto de los granjeros.
El intento de Trump de evitar la distribución del libro no convierte a Bolton en héroe, sino en cómplice de un plan. El de desmantelar la estrategia que, con aciertos, errores y horrores, rindió frutos a Estados Unidos desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el de la Guerra Fría y de la Unión Soviética. El sistema diseñado en 1944 en Bretton Woods necesitaba reparaciones. No sólo chapa y pintura. Nadie imaginaba que el arquitecto iba a dinamitarlo. En menos de un año, a los ojos de Trump, Xi pasó de ser “el líder más grande en la historia china” al causante de “un gran daño a Estados Unidos y el resto del mundo”.
La mentalidad empresarial de Trump, tanto me das, tanto te doy, choca con una idea pretérita. La de "promover un mundo multipolar y establecer un nuevo orden internacional", propuesta en 1997 por el presidente de China, Jiang Zemin, y su par de Rusia, Boris Yeltsin. En esos países, con un emperador como Xi y un zar eterno como Putin, el tiempo no dura lo mismo que en Occidente. El mediano plazo lleva décadas y el largo plazo requiere siglos. Entre 2006 y 2018, más allá de la desconfianza y de la pica, China y Rusia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, compartieron el 86 por ciento de las votaciones en la Asamblea General.
Nada de sanciones contra Siria, Venezuela o Yemen, por ejemplo, mientras incorporaban en el grupo BRICS a Brasil, India y Sudáfrica y excluían exprofeso a Estados Unidos y los países europeos. En el reparto del poder, sin pisarse los talones, también crearon organizaciones regionales de seguridad que llenaron vacíos, estrecharon lazos diplomáticos e invirtieron fuera de sus fronteras. Una sociedad de conveniencia que le permitió a Rusia la anexión de Crimea en 2014, sancionada por Estados Unidos y la Unión Europea, sin objeción alguna de China y de los otros BRICS.
La hegemonía norteamericana trastabilla cuando China apaga incendios en Nepal, Sri Lanka, Sudán y Sudán del Sur o cuando Qatar, cercado por Arabia Saudita, le presta dinero a Egipto para evitar un préstamo del FMI. Trump queda a la altura de autócratas poco fiables, como el primer ministro de Hungría, Viktor Orban; el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y el de Filipinas, Rodrigo Duterte, siempre al límite de las prerrogativas democráticas en un mundo signado por la crisis financiera de 2008 y la de los refugiados de 2015, así como por la convulsión global de 2019 y la de la pandemia de 2020. Varias bisagras en la misma historia.
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