Física y química
¿Quién es la canciller alemana Angela Merkel, dura con Grecia y blanda con los refugiados?
Frente a Reem, niña palestina cuya familia llevaba cuatro años esperando la residencia en Alemania, la canciller Angela Merkel quiso ser invisible, pero terminó mostrándose inflexible. Le dijo que no todos los inmigrantes podían quedarse en su país. La pequeña rompió en llanto. Merkel intentó consolarla. La dureza parecía ser su guía. Un mes después, a su regreso de las vacaciones de agosto de 2015, sorprendió a todos al describir la crisis de refugiados de Europa como un desafío mayor que la grave situación de Grecia. ¿Qué había pasado? Sólo ha de saberlo su marido, Joachim Sauer, invisible como Bruce Willis en la película El sexto sentido.
En sus diez años de gobierno, Merkel no había enfrentado un problema que afectara en casa a los alemanes. Debió lidiar con el colapso financiero global, las turbulencias del euro y el conflicto de Ucrania. Esta vez, mientras miles de refugiados llaman a la puerta de Alemania, la extrema derecha resucitó el espectro de la violencia racista de comienzos de los noventa, la última vez que subió el número de solicitantes de asilo. La ira cobró bríos con los ataques de cerca de mil hombres árabes y del norte de África contra mujeres delante de la estación de trenes y de la catedral gótica de Colonia y en otros enclaves del país en la noche de Año Nuevo.
La crisis puso a Merkel en un aprieto, por más que, como su marido, haya querido ser invisible. Herr Sauer lo logró hasta que el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Guido Westerwelle, cometió la imprudencia de saludarlo con un cordial: “Buenos días, herr Merkel”. En ese momento, herr Sauer, doctor en química, eminencia de la Universidad Humboldt de Berlín, maldijo en siete idiomas al ex marido de su mujer, Ulrich Merkel, y sintió un poco de pudor por la propensión de los demás a hacer público lo privado. La discreción ha sido su gran aliada desde que comparte cama y mantel con la mujer más poderosa del planeta.
La canciller Merkel estuvo casada con herr Merkel entre 1977 y 1981. En 1998 reincidió en secreto con herr Sauer, pero conservó su apellido anterior en lugar de incorporar el nuevo o volver a usar el de soltera, Kasner. En el ínterin debió vérselas con la crítica despiadada de un religioso: una ministra democristiana, hija de un pastor protestante, “convive fuera del matrimonio”, declaró en 1993 el cardenal Joachim Meisner. La entonces ministra de Mujer y Juventud viajó a Colonia "para explicarle por qué es conveniente ser precavido cuando uno ya estuvo casado", recuerda ella en su libro de memorias Mi camino.
El ministro Westerwelle no reparó en ese detalle mientras estrechaba la mano del segundo marido de Merkel. Herr Sauer se empeña en conservar un perfil tan bajo que nadie sabe mucho de su vida, excepto que estuvo casado durante 16 años con una colega química, madre de sus dos hijos, Daniel y Adrian. Se divorció en 1985. Curiosamente, Merkel, doctorada en química por la Universidad de Leipzig, era huésped ocasional en el hogar conyugal de él. Se habían conocido en el Instituto Central de Fisicoquímica de la Academia de las Ciencias de la República Democrática Alemana. Después, herr Sauer se prestó, gustoso, a leer la tesis doctoral de su actual esposa, entonces amiga o amante.
Eso importa poco en Alemania, como la vida privada de los políticos en general. En 2005, herr Sauer no acudió al Reichstag (sede del Parlamento) para la elección de su mujer. La vio por televisión. La nueva canciller debió conformarse con la compañía de su padre, su madre y algunos amigos íntimos mientras recibía felicitaciones tras la crucial votación en el Bundestag (Cámara baja). Ni su antiguo profesor de matemáticas, Hans Ulrich Beeskow, quiso perderse ese momento histórico: le regaló un enorme ramo de flores y una botella de Sekt, el champán alemán, a su “alumna modelo”, ahora enfrascada en cuentas y más cuentas para rescatar al euro del fantasma del naufragio.
Desde el comienzo de la gestión de Merkel, herr Sauer adquirió el mote de “fantasma de la ópera” como tributo a la pasión de ambos por ese género. El hijo del pastelero de Hosena, pueblito de apenas 2.000 habitantes de la vieja Alemania Oriental, se mantuvo siempre en las sombras, excepto en circunstancias en las cuales el protocolo exigió su presencia como primer caballero. Nunca cambió su aspecto ni su atuendo, al igual que su mujer, en principio redimida del llanto de Reem, la niña palestina cuyo sueño era seguir estudiando en Alemania.
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