Hace menos de un mes, el 26 de febrero precisamente, dediqué esta columna a manifestar mi orgullo por Adolfo Pérez Esquivel. Fue con motivo del coraje que tuvo para estar presente en la Plaza de Mayo al cumplirse un año del siniestro de Plaza Once que asesinó a 52 personas. Y digo coraje porque el coro estable de los derechos humanos del oficialismo no había pronunciado una sola palabra del tema casi, casi siguiendo las órdenes tácitas o imitando la actitud de Cristina Fernández que condenó a esas muertes a un silencio irrespetuoso y provocativo.

Sin embargo, Pérez Esquivel y Nora Cortiñas, entre otros, acompañaron a los familiares de las víctimas y reclamaron verdad y justicia, condena y castigo como lo han hecho toda su vida. Porque se impusieron la misión de luchar contra la injusticia y siempre se colocan en la vereda de las víctimas y nunca con los victimarios.

Pérez Esquivel abrazó desde un comienzo a los familiares de la tragedia del Once y a los de el horror de Cromagnon. Igual que el cardenal Jorge Mario Bergoglio. Fueron las dos personalidades que mas se movieron para que esas muertes no queden impunes. Son dos argentinos de bien que luchan contra la injusticia social y que fueron paridos ideológicamente por lo mejor de la iglesia católica. Tienen otras coincidencias. Ninguno se dejó cooptar por el estado y jamás callaron sus críticas.

Tienen bajo perfil pero una actuación gigantesca. Ambos fueron ignorados olímpicamente por el gobierno y colocados en una especie de congeladora made in Siberia. Solo por haber cometido el pecado de no dejarse domesticar por el oficialismo y mantener su independencia de criterios. Ni Francisco ni Adolfo son opositores acérrimos al gobierno. Han elogiado sus medidas positivas como por ejemplo la distancia que tomaron del Fondo Monetario Internacional pero no se han callado ante la corrupción de estado, la frivolidad que ofende, el autoritarismo, la marginalidad y el hambre que lamentablemente, todavía existen después de una década de gobierno kirchnerista. Francisco y Adolfo son dos personas austeras que lucen con orgullo sus cruces sobre el pecho.
 
Los pobres, los marginados, los esclavizados, los presos, los integrantes de los pueblos originarios han sido siempre el principal motivo que los mantuvo ocupados y preocupados. Ambos le pusieron el cuerpo a la opción por los pobres y pero condenaron la violencia y la utilización del crimen político. Tal vez por eso se hayan ensañado con ellos los mismos sectarios del dogmatismo blindado que se creen vanguardia de todo y que fueron patrulla perdida que en varios casos llevó a la muerte a miles de jóvenes que soñaban un país mas justo e igualitario.

El papa viajaba en colectivo a las parroquias y las villas y Adolfo hace lo mismo desde hace muchísimos años. Uno es el jefe máximo de la iglesia y el otro es premio Nóbel de la Paz, dos argentinos maltratados por el kirchnerismo porque no aceptaron arrodillarse ante nadie que no sea Dios. Hoy estuvieron juntos celebrando la vida y ratificando su ayuda mutua para avanzar en la búsqueda de búsqueda de verdad, justicia y reparación del daño hecho por las dictaduras. El premio Nóbel, otra vez demostró su valentía de nadar contra la corriente de los derechos humanos oficialistas que como Horacio Vebitsky, Estela Carlotto y Horacio González, entre otros batallaron contra el Papa Francisco y participaron de alguna manera en la campaña sucia para desprestigiarlo.

Perez Esquivel, igual que Alicia Olivieira, Graciela Fernández Miejide, monseñor Miguel Hesayne, Leonardo Boff, otros sacerdotes que Bergoglio ayudó a escapar de las garras de la dictadura y hasta el padre Francisco Jalics quien fue la presunta víctima que entregó Bergoglio salieron a hablar de su inocencia y su honradez. “Ni Yorio ni yo fuimos denunciados por Bergoglio, es falso suponer que nuestro secuestro se produjo por la iniciativa del padre Mario”, dijo Jalics. Mas claro, agua bendita.

Perez Esquivel sabe de lo que habla. En agosto de 1977, fue detenido y torturado, sin proceso judicial alguno. Estuvo en prisión 14 meses y en libertad vigilada otros 14 meses.

En 1980 le otorgaron el Premio Nóbel de la Paz por su compromiso con la democracia y los derechos humanos con métodos no violentos. En su discurso de aceptación le afirmó al mundo que no lo asumía a título personal sino "en nombre de los pueblos de América Latina, y de manera muy particular de mis hermanos los más pobres y pequeños, porque son ellos los más amados por Dios; en nombre de ellos, mis hermanos indígenas, los campesinos, los obreros, los jóvenes, los miles de religiosos y hombres de buena voluntad que renunciando a sus privilegios comparten la vida y camino de los pobres y luchan por construir una nueva sociedad". Son casi las mismas palabras que Francisco viene pronunciando durante toda su vida.

Esta mañana, Francisco y Adolfo se abrazaron en el Vaticano. Dos argentinos que nos pueden servir de espejo. Dicen lo que sienten. Viven como piensan. Ponen el grito en el cielo para denunciar con serenidad la corrupción de estado que mata chicos y multiplica pobres. Predican con el ejemplo. Como Dios manda.