La mentira es la verdad
Es verdad que los funcionarios del Fondo Monetario son tercos y necios como dice la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es cierto que tienen un dogma cuadrado en su cabeza y que viven recomendando la misma receta ortodoxa neoliberal y fracasada de siempre para distintos problemas.
Es verdad que los funcionarios del Fondo Monetario son tercos y necios como dice la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Es cierto que tienen un dogma cuadrado en su cabeza y que viven recomendando la misma receta ortodoxa neoliberal y fracasada de siempre para distintos problemas.
Es mentira que las cifras del INDEK con “Ka” sean las reales como dicen el director técnico del organismo, Norberto Itzcovich y la preparadora física, Ana María Edwin. A esta altura es una ofensa a la inteligencia de los argentinos que digan que la pobreza es del 8,3 % y que la indigencia es del 2,4%. Eso será en la falsificación de las estadísticas públicas que hizo Guillermo Moreno cuando desembarcó con una patota armada en el año 2.007. Pero la realidad, que es la única verdad, dice todo lo contrario. Hasta los consultores más cercanos al gobierno aseguran que la pobreza no baja del 20 %.
Es verdad que la tozudez irracional del Fondo solo mira el mundo de la timba financiera y cierra sus ojos ante la economía real del mundo productivo y todo lo que eso significa para lograr una democracia con equidad, desarrollo sustentable e inclusión social. Solo exigen que los gobiernos hagan ajustes y si son feroces, mejor. La definición de Albert Einstein dice que la locura es hacer lo mismo y esperar resultados distintos. Esa demencial actitud rige los actos del Fondo de los últimos tiempos. Intereses mezquinos, anteojeras ideológicas y falta de realidad.
Es mentira que la inflación real sea del 9,8%. Eso no se lo cree nadie empezando por el mismo gobierno que hace años viene bendiciendo acuerdos salariales cercanos al 30%. Por eso se instaló la frase de Hugo Moyano de la inflación del changuito del supermercado a la hora de negociar. Si no creen en las consultoras privadas que según Edwin son “mamarrachos”, tienen que creer en las mediciones de las provincias que, en todos los casos, triplican los números mentirosos de esa estafa que cometió el INDEC por la que algún día tendrán que rendir cuentas ante la justicia.
¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves?, podríamos preguntar con letra de Divididos. Pero ¿Qué ve el Fondo Monetario y el INDEC cuando nos ven? Cuando la mentira es la verdad.
Siempre necesitamos tener estadísticas confiables. Para saber donde estamos parados. Para medir la fiebre y tomar el remedio que corresponde y no romper el termómetro en una negación infantil. Pero hoy mas que nunca debemos estar atentos a los números para aguantar de la mejor manera posible el cimbronazo de la terrible crisis que se viene. Para saber que hay que fortalecer. Donde hay que cambiar. Que se puede mejorar. Si el gobierno dice que no hay que escuchar las órdenes del Fondo tienen razón. Pero si dice que hay que escuchar al INDEC que asegura que solo hay 3.300.000 de pobres, está mintiendo descaradamente y está escondiendo más de 6 millones de argentinos debajo de la alfombra.
Ya se sabe que el primer paso para solucionar un problema es reconocer que existe. Y si el gobierno dice que solo hay un 8,3% de pobres quiere decir que Argentina está a un paso de estar en el mejor de los mundos. Y ese engaño a si mismo es letal a la hora de gobernar. Hay que fijarse cuantos argentinos no tienen cloacas ni gas de red.
Cuantos viven hacinados en la marginalidad de las villas del conurbano bonaerense, en las afueras de Rosario o Córdoba y en plena Capital. Esos hermanos argentinos que sobreviven y sobremueren en las villas, ¿No son pobres para el INDEC? ¿Tienen la misma locura del Fondo? La que niega la realidad. La que hace siempre lo mismo y espera resultados distintos. Hay dos frases que se usan popularmente, cargadas de sentido común que dicen: la mentira tiene patas cortas y solo la verdad nos hará libres. Es bueno que todos los ciudadanos y los periodistas miremos críticamente la realidad. Para que nadie nos venda buzones ni fantasías. Por eso siempre es bueno preguntarse: ¿Qué ves? ¿Qué ves cuando me ves? Para que el bien y el mal no definan por penal.