Las dos orillas del rap
De un lado y el otro del Atlántico, en Cuba y en España, el descontento se expresa con ritmo de rap, aunque las realidades sean diferentes
En una orilla, de Patria o Muerte a Patria y Vida. En la otra, de la “firmeza y autoridad” del rey emérito Juan Carlos I, ensalzada en el Congreso de los Diputados por su hijo y sucesor, Felipe VI, a cuatro décadas del golpe militar fallido del 23 de febrero de 1981, al bochorno por los excesos de su padre, exiliado en Emiratos Árabes Unidos. De un lado del Atlántico y del otro, la irritación con tono de rap. El de Cuba, contra la dictadura, garante del régimen. El de España, contra la monarquía, garante de la democracia, por más que discrepe una de las alas del gobierno de Pedro Sánchez, la del vicepresidente segundo, Pablo Iglesias.
La historia pasa factura. Y no perdona. El emblema de la revolución cubana de 1959, Patria o Muerte, derrapa en el estribillo del rap interpretado por Maykel Osorbo y El Funky, que viven en la isla, y Yotuel Romero, Gente de Zona y Descemer Bueno, que residen en el exterior: “Se acabó, tu cinco nueve, yo doble dos. / Ya se acabó, sesenta años trancando el dominó”. La respuesta del régimen, heredero de la dinastía de los Castro, pasó de las galanterías usuales para sus detractores, “ratas” y “mercenarios”, a las flores del presidente Miguel Díaz-Canel para las estrofas de Silvio Rodríguez: “Vivo en un país libre, cual solamente puede ser libre”.
En esa tierra, en este instante, pocos pueden decir que son felices porque son gigantes. El Movimiento San Isidro, mencionado en el “panfleto musical", otro elogio, representa a más de 200 artistas, intelectuales y activistas que se plantaron en noviembre de 2020 frente al Ministerio de Cultura de Cuba, en La Habana, en señal de protesta contra el desalojo por la fuerza de un grupo de jóvenes que había realizado una huelga de hambre por la liberación de uno de los suyos, el rapero Denis Solís. Otro atropello del régimen para arrollar los derechos humanos con la excusa de sus presuntos “vínculos con terroristas” de Florida, Estados Unidos, asiento de la diáspora.
Nada peor para un régimen cerrado como el cubano que el rap Patria y Vida se haya hecho viral en las redes sociales. Imposible censurarlo. De eso, de intentar censurarlo, acusa a la justicia española el rapero catalán Pablo Hasél, detenido después de atrincherarse en la Universidad de Lleida. La condena: nueve meses y un día de prisión por enaltecimiento del terrorismo e injurias contra la corona y las instituciones del Estado. No sólo por sus canciones y sus tuits, en realidad. Noches y noches de protestas y disturbios en Barcelona, Madrid y otras ciudades velaron delitos como la resistencia a la autoridad y amenazas de muerte.
De ser por la crítica a la monarquía, Hasél no sería el único condenado. En España, a diferencia de Cuba, prima la libertad de expresión. Aquellos que salieron a quemar contenedores y saquear comercios no hubieran hecho lo mismo en defensa de Donald Trump, bloqueado en las redes sociales por méritos propios en virtud de su investidura. No se trata de la libertad de expresión, sino de la ira de una generación desencantada tanto con la derecha como con la izquierda, incluido Iglesias, alias El Marqués de Malapagar por el lujoso paraje de Madrid en el cual reside con su mujer, Irene Montero, ministra de Igualdad. Igualdad relativa, vamos.
Esa generación, la de 16 a 30 años, no vivió las mieles de la revolución cubana ni las del retorno a la democracia en España. Padeció la crisis financiera global de 2008 y la burbuja de la desigualdad, aumentada por la pandemia desde 2020. Una chispa, en cualquier orilla del Atlántico o de cualquier otro océano, desencadena reclamos. Desde los del colectivo Black Lives Matter (Las vidas negras importan) hasta los de los chalecos amarillos en Francia y las revueltas en Perú, Ecuador, Chile, Bolivia, Colombia, Haití, Hong Kong, Irak… Etcétera. No importa la causa, sino el contexto y, sobre todo, la falta de perspectivas. Que no justifican la violencia. Apenas la explican.
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