El editorialista humorístico Nik eligió citar a Voltaire: “La idiotez es una enfermedad extraordinaria, no es el idiota el que sufre por ella, sino los demás”.

La relación con los libros suele marcar los momentos de una sociedad. Los nazis de Alemania y los del Tercer Cuerpo en Córdoba optaron por quemarlos en una fogata. Llamas de papel y letras, emblema de la intolerancia y el oscurantismo. Un día se me ocurrió una frase: allí donde queman libros, quemarán personas. Y en los campos de concentración se pudo verificar.

El que llega a semejante salvajada supera un límite del que después es difícil volver. No quiero comparar aquellos infiernos de la historia con lo que pasa ahora con los libros. Sería una exageración y un despropósito. Pero, insisto, la relación con los libros suele ser un síntoma de ciertas enfermedades que andan por los ríos subterráneos de las comunidades. Y en los dos casos mas preocupantes aparece el Príncipe Xenófobo, Guillermo Moreno, esa perrita Lassie que ladra pero si muerde. Hablo de aquel escrache violento que su patota le hizo en plena Feria del Libro al colega y escritor Gustavo Noriega. Contaba en su texto algunas verdades de las mentiras del INDEC y eso enfureció a Moreno. Saco de adentro su enano fascista y lo puso en acto con un grupo de energumenitos que entró a sillazos y trompadas en plena sala.

¿Un objeto hecho de cartón puede generar una reacción tan primaria? Todo libro es un tigre de papel, diría Mao. Y ahora, otra vez Guillermito hace de las suyas con los libros. Los bloquea, no los deja entrar al país. Cree que lucha contra el imperialismo cultural. Desde su nacionalismo de opereta le dice Go Home a los libros. La excusa absurda, caprichosa, incomprensible es que se frena la importación porque el país necesita dólares y esta es una manera de ahorrarlos, de que las estampitas de Washington no salgan y se queden debajo de los colchones nacionales y populares.

Moreno leyó a Perón. Tal vez le faltó esa parte donde el viejo general dijo: “De todos lados se vuelve menos del ridículo”. Hay que modificar la vieja consigna troglodita: ahora, alpargatas si y libros también. Porque esta claro que es una medida que genera costos gigantescos y beneficios microscópicos. ¿Cuántos dólares se quedan en el país? ¿Qué porcentaje es el impacto de la importación de libros en la balanza comercial argentina? Los 82 millones de dólares de déficit equivalen, escuche bien, por favor, al 0,0018 % de las importaciones. El total del comercio exterior argentino anda por los 160 mil millones de dólares.

Por eso le digo que el impacto es insignificante. Pero el significante es que en este país, en el culto del mundo, se prohíbe entra la entrada de libros y revistas. ¿Usted quiere leer lo último de Arturo Pérez Reverte o de Juan Cruz? Bueno, a joderse. ¿Su hijo necesita el diccionario de inglés para el postgrado? Que se las rebusque copiando de internet y fotocopiando en el kiosco. ¿Le interesa la última revista científica para compartirla en el ateneo de la Fundación Favaloro? No se puede. No escuchó, señor: No se puede.

El excelentísimo señor Super Secretario Todo Terreno, Guillermo Moreno lo ha prohibido. Se le podría decir con Sarmiento: “Bárbaro las ideas no se matan ni se bloquean” o apelar a la sabiduría popular que asegura que los libros no muerden. Alguien debería avisarle a la presidenta que Moreno la está perjudicando. Que las librerías no se pueden manejar con mano dura como el Mercado Central. Mucha gente se lo toma para la joda. No es para menos. Aunque si pasan los días se transformará en algo tragicómico.

Si usted quiere que un correo le envíe 10 libros, como hace mucha gente, se va a meter en problemas. Tiene que presentar una documentación como si lavara dinero. Ir a hacer trámites en la aduana como si traficara armas. Pasará por un scanner que no pasó Antonini Wilson con la valija repleta de dólares verdes y negros bolivarianos. Ya se sabe: una cosa son los dólares y otra los libros. Además, Antonini los traía, no se los llevaba. Como no hay una ley que respalde estas genialidades de Moreno hay que apelar a las trampas, a las truchadas, avivadas de argentino vino.

El argumento para explicar lo inexplicable es que hay que controlar la cantidad de plomo que tienen las tintas de los libros. No lo tenía ecologista a Moreno. El decide que libro entra y que libro no. El le pone bolilla negra al texto que no quiere. No se puede creer. Parece joda pero es triste. En internet hay una consigna que corrió como reguero de pólvora que dice así: “liberen los libros”. Pero lo peor de todo, como le dije ayer es que esa arbitrariedad fomenta la coima. Nadie sabe porque se encarcela un libro ni porque se lo libera. Y allí aparecen algunos empleados que se ofrecen a soltarlos por un módico 10% de comisión.

No quiero ni pensar en alguna iglesia que esté esperando una Biblia que le mandan desde el Vaticano. ¿La Biblia, pasará la aduana de Moreno? O quedará arrumbada, encerrada junto al calefón…