Mal pronóstico
Los comicios británicos, más allá de la holgada victoria de los conservadores no prevista por ninguna encuesta, marcaron, en cierto modo, el tono global de las campañas electorales
Los sondeos vaticinaban elecciones parejas, reñidas. Un virtual empate técnico. Ni el primer ministro británico, David Cameron, reelegido con inusitada holgura, pudo dar crédito al resultado en un primer momento. Su partido, el Conservador, obtuvo la mayoría absoluta de los escaños, en desmedro de los laboristas y de los liberales demócratas, y se adjudicó la posibilidad de formar un gobierno propio, no compartido como en el primer período de Cameron. Lo mismo ocurrió en las elecciones de Brasil, Uruguay, Israel y las europeas, entre otras. Fallaron los pronósticos.
El British Polling Council (BPC), supervisor de la publicación de encuestas en el Reino Unido, ha ordenado una investigación para determinar las razones del fiasco masivo, del cual no se salvó ni la inobjetable BBC. Más allá del desenlace, la campaña tuvo varios denominadores comunes tampoco ajenos a otras latitudes: el tono negativo, el aburrimiento del electorado y, sobre todo, el temor al traspié de los candidatos. Todo pareció montado para protegerlos en lugar de exponerlos, acaso por miedo al ridículo. Poco acceso a ellos tuvieron los medios de comunicación, obligados a seguirlos desde las redes sociales.
Cuando no estuvieron atados al libreto y la escenografía, tanto el primer ministro Cameron como el candidato laborista, Ed Miliband, cometieron errores monumentales. Cameron dijo que se había zampado un cornish pasty (empanada popular) en una estación de tren en la cual, paradójicamente, no vendían ese manjar. En otro discurso hasta se olvidó de que, al parecer, es fanático del club de fútbol Aston Villa. Lo confundió con el West Ham. Su rival, Miliband, a tono con Míster Bean, se manchó la barbilla mientras comía un sándwich y, en plan Moisés, prometió plantar una tabla de piedra más alta que él, con los seis mandamientos para gobernar, en el jardín de su casa.
Con su lejanía, los candidatos contribuyeron al escepticismo del electorado. Miliband, en supuesto ascenso en los sondeos, usó un atril como escudo, hasta en el medio del campo, durante su campaña. En la política, como en la vida, a veces, se gana y, a veces, se aprende. La gente no está libre de culpa. Suele exigir honestidad de los políticos, pero no siempre la premia. En los Estados Unidos, seis de cada diez personas piensan que Hillary Clinton tiene grandes cualidades de liderazgo, pero igual proporción cree que no es digna de confianza, según la Universidad Quinnipiac, de Hamden, Connecticut. ¿Será cierto? Las encuestas entrañan últimamente más dudas que certezas.
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