Yo estaba en plena utopía juvenil, repartiendo panfletos que ardían por Vietnam. De pronto la información corrió como reguero de pólvora: metieron preso a Isella. No recuerdo, pero tal vez estaba gritando que ayer nomás ardió el pueblo, por la tierra y por el pan y la fogata en el valle, no estaba de solo estar. Isella no estaba en Animaná. Estaba tiroteando con su guitarra combativa en Cosquín. El tampoco estaba de solo estar. Yo me sumé a la multitud que rodeó la comisaría que está frente a la plaza Próspero Molina y después de clamar y reclamar por su libertad, apareció Isella como si fuera un triunfo agrario. De aquellos que les duele hasta los huesos el latifundio. Y esa noche de gloria le dio al César lo que es del César que se preguntó y nos preguntó cuando será el día que por la tierra estéril vengan sembrando todos los campesinos desalojados.

César Isella ya era en aquellos tiempos una bandera y un testimonio. Andaba desalambrando con Daniel Viglietti, trayendo un pueblo en su voz con Mercedes Sosa y asegurando que desde el fondo del tiempo vendrá otro tiempo en un adagio de Alfredo Zitarrosa. Tal vez no casualmente algunos meses después de la rebelión popular de mayo del 69 en la Córdoba heróica, César Isella parió el mejor de los hijos que tuvo su matrimonio con Armando Tejada Gómez que fue uno de los más prolíficos que tuvo la creatividad popular latinoamericana. Esa Canción con todos que sigue siendo un himno en los infinitos idiomas del planeta. Liberó la esperanza con un grito en la voz en todos los rincones.
 
Desde la OEA en Washington, pasando por Bagdad hasta que 80 mil jóvenes chilenos la entonaron en homenaje al Papa. Y 180 mil oyentes de este programa estuvieron en condiciones de cantar desde sus casas, incitados por Fernando Bravo desde estos micrófonos. Fue el día en que desde cada oficina y cada ventana las voces de nuestros oyentes salieron a caminar por la cintura cósmica del sur. Hoy los chicos del colegio secundario en Estados Unidos estudian la cultura de este continente con esa inmensa canción que nos contiene a todos.

César Isella cantó con todos porque siempre supo que el solo viaja solo hacia la muerte, es un forastero de los días. Dirá que estuvo aquí y no supo entender, porque los que se amaban, sonreían. Y se juntó con los cubanos de Buena Vista Social Club y con Silvio y Pablo, por supuesto, y hasta mujeres invencibles como Chavela Vargas y Martirio le cantaron la canción de las simples cosas convencidas de que uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amo la vida y entonces comprende como están ausentes las cosas queridas. Es que Isella sacó de su galera la magia de miles de sonidos y melodías. Le puso alas y colores a las letras de los mas grandes de los grandes. De Tejada, mas que nadie. Pero también de Neruda, del gran Pedroni, o María Elena Walsh, Cortazar y Guillen.

El Olimpia de Paris, la BBC de Londres o el boliche de la esquina en Salta pueden dar fe de lo que digo. Un día de carnaval, César, se atrevió a hablarle al vino y le dijo que si lo veía al Cuchi Leguizamon le pegara el grito para ir al norte a quemar corazones con Manuel J. Castilla. Es que no pudo haber nacido en otro lugar en el mundo que en Salta. Doña Ulda, su madre, la Mamancy de la ternura le enseñó que el cielo de su niñez tuvo un aroma de albahaca y pan. Quien iba a pensar que ese changuito sin nombre iba a ser parte de los Beatles. Diez años integró uno de los grupos que revolucionó el folclore. Que llenó de zambas y chacareras las radios y la vida. Que subió los ponchos a los escenarios y nos hizo recuperar nuestra identidad en pelea de fondo con los Chalcha. Cesar Isella fue uno de Los Fronterizos y eso solo lo justifica.

Con la misa criolla vendieron 14 millones de discos. Si escuchó bien, 14 millones. Pero nunca fue de quedarse en el molde. Con sus bigotazos de mexicano peleador fue puebleando, como el dice, por todos los mapas. Recorrió América y el mundo al derecho y al revés. Y el sueño socialista desde que amaneció con sus luces y sus sombras. La dictadura de Videla lo silenció como a pocos. Un homenaje que le hizo al Juanito Laguna de Antonio Berni fue prohibido apenas apareció el disco. Secuestraron completa esa edición construida por el talento de Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falu y Jaime Davalos, entre otros dioses. César Isella no quería una patria dividida. Siempre apostó a quedarse a cantar con los obreros en una nueva historia y geografía. Sabe bien que el que nace a la ternura, vence a la muerte cotidiana y lleva un niño en la mirada. Ese niño cumple 55 años con la música. Los argentinos le debemos mucho y se llama Cesar Isella.