Que Diego no lo permita.
Pero si yo me decidiera a convertirme en un dirigente político armaría mi propuesta y mi plataforma con la trayectoria de Les Luthiers. Si señora, me gustaría recoger su nombre y llevarlo como bandera hasta la victoria.

¿Sabe porque se lo digo? Porque los integrantes de Les Luthiers, además de haber generado uno de los hechos artísticos mas importantes de los últimos 45 años en Argentina, además de todo eso que ya es muchisimo, Les Luthiers son un espejo para mirarnos. Para reflejarnos en su ejemplo. Esa es mi pequeña utopía. Y se la paso a explicar.

Les Luthiers tiene lo mejor del peronismo. Porque su trabajo es para las multitudes, para las grandes mayorías. Podrían haberse quedado en el humor inteligente para pocos, en el elitismo culturoso. En esa actitud de algunos presuntos intelectuales que se creen que mientras menos gente va a verlos más geniales son. Nunca fueron sectarios ni excluyentes. Supe como llenaron la cancha de fútbol del Sevilla en España y pude ver en persona, con mis propios ojos, como emocionaron hasta las carcajadas a 12 mil personas en el Festival de Cosquín en el que muchos subestiman la inteligencia del pueblo y van a hacer demagogia con palmas y temas pegadizos.

Hablo de esa vocación por buscar la felicidad del pueblo a través de la risa. Uno sabe que volverán y serán millones de carcajadas.

Pero Les Luthiers también tiene lo mejor del radicalismo. La ética para ejercer su tarea creativa. Ganaron todo el dinero que se merecen por su trabajo, pero nunca cedieron a la tentación de la máquina de chorizos, de caer en el mercantilismo trucho que todo lo traduce a dólares y destruye el arte. Se respetaron a si mismos y nos respetaron a nosotros. Y además la democracia interna que ejercen cotidianamente. Su propia existencia como grupo demuestra la posibilidad de la convivencia entre los distintos, la tolerancia, el pluralismo, esa manera tan maravillosa de enriquecernos con la opinión y la mirada del otro. ¿O alguien cree que es fácil que cinco talentos convivan durante tanto tiempo sin tener problemas entre ellos?

La moraleja es: si un grupo de trabajo puede, un país también puede. Y, finalmente, creo que Les Luthiers también tiene lo mejor del socialismo. Esa vocación por la igualdad, esa actitud mosquetero del todos para uno y uno para todos, ese elevar la palabra compartir a su máxima expresión y esa capacidad para discernir entre igualdad y uniformidad. Todos tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones pero todos respetan las características personales de cada uno, su propio pensamiento, la singularidad que los hace seres irrepetibles.

Tienen una ley interna que es sagrada: la ley del no jodás que se basa en el principio de la incomodidad respetable. Un teorema científico que dice así: cuando a alguno le jode demasiado que lo jodamos un poco no lo jodamos ni siquiera un poco porque sería joderlo demasiado. Brillantes brillaron en el Lincoln Center de Nueva York y en nuestro Teatro Colón. Me pongo de pié para nombrarlos, queridos Luthiers: Carlos Nuñez Cortes, Carlos López Puccio, Jorge Maronna, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich. Ellos siguieron siempre en la huella, predicando con el ejemplo, no con el dedito levantado y sin bajar nunca una bandera.

Por eso le digo que a mi me gustaría tener un país Les Luthiers. Un país edificado por todos a su imagen y semejanza. Un país donde construyamos nuestros propios instrumentos para ganarnos la vida con la frente alta y las manos limpias y que por eso seamos respetados y muy bien recibidos en cualquier país del mundo. Un país en el que todos los argentinos cantemos la misma melodía y celebremos la vida con la alegría que no teme ni ofende, como la verdad. Las risas y la admiración que vienen cosechando hace 45 años son transparentes y genuinas, valientes y sensibles. Muy argentinas. Como el país que soñamos.

El viernes fuimos a verlos con Fernando y nos alegraron la vida. ¿Cuánto vale eso en estos tiempos de cólera?