El caso Independiente y la frágil democracia de los clubes
Lo vivido en el Rojo por casi un año invita a pensar en qué impide que un dirigente o un grupo de ellos intente quedarse con un club en violación de los estatutos.
Los socios de Independiente dieron una muestra maravillosa del amor que despiertan los clubes de fútbol en Argentina. El hincha humaniza la figura del equipo de sus amores y la defiende con el alma y si hace falta con el cuerpo también, como se defiende a un padre, un hijo o al mejor de los amigos. Comparte con él los momentos más felices y gloriosos, pero también lo acompaña y lo levanta en los más dolorosos.
Esa fuerza, como ha quedado claro, puede prácticamente con todo, como en el caso del Rojo ha podido con una de las organizaciones más complejas y aceitadas de la historia del país. Sin embargo, no puede ser ese el contrapeso que tengan algunos dirigentes para no quedarse para siempre en un club e incumplir con todos los estatutos.
Los hinchas del conjunto de Avellaneda tuvieron que soportar 10 meses de un gobierno que no votaron y que en ese transcurso tomó decisiones (o no las tomó, en algunos casos) que repercutirán definitivamente en su futuro a corto y largo plazo.
Imagínese, estimado lector, que como ciudadano de un país usted vota en una elección presidencial y el candidato que gana, no gestiona en su cargo por cuatro años tal lo establece la Constitución Nacional, sino por cuatro años y 10 meses.
El caos social sería absoluto, el clima político irrespirable, los enfrentamientos incontables y seguramente se presentarían situaciones mucho más graves, casi inimaginables. Parece imposible en estos tiempos. Una realidad distópica más propia de un fantasioso libro de ciencia ficción futurista que de los tiempos que corren. Pero sucedió en una asociación civil, cuya estructura, no dista demasiado de la de un pequeño estado.
Suele ocurrir en la política argentina que cruzar un límite implica jamás volver atrás. Independientemente del espacio político que cruce ese límite, a futuro, se toma como un terreno ganado y rara vez, ante una barbaridad a todas luces, cometida por un determinado partido, cuando otro toma el poder vuelve atrás y concede ese espacio de poder en pos de la institucionalidad, la ética, la legalidad o cualquier sea la cuestión que se haya profanado.
La política de los clubes tiene una dinámica similar y un fuerte efecto contagio. Por ejemplo, a partir de que Julio Grondona despedazó la lógica de los campeonatos argentinos con los 30 equipos para poder acumular poder, todos los dirigentes que le siguieron se creyeron con derecho a manipular dichos campeonatos a placer para mantener o aumentar ese poder. Ninguno asumió que lo hecho era una burrada pese a que le generara más equipos dependientes y por ende más dirigentes “eternamente agradecidos”.
Hoy no existe una regulación que impida que lo sucedido en Independiente también tenga un efecto contagio. Es cierto que la mejor seguridad que pueden tener los hinchas de cada uno de los clubes es su propio estatuto, pero a veces este es muy difícil de cambiar y queda a merced de los mismos dirigentes que pueden intentar perpetuarse en el cargo.
Más allá de lo emocionante que resulte, no es sano que el único contrapeso que pueda preocupar a cualquiera que pretenda atornillarse a una silla y adueñarse de una institución deportiva sea el del reclamo popular. Porque es evidente que para Hugo y Pablo Moyano, por ejemplo, ese intento no prosperó y por el contrario, les significó una derrota categórica ante los ojos del país que hasta puede ser el principio del fin de sus carreras políticas.
De hecho, en los términos en los que ellos mismos plantearon el escenario político del Rey de Copas, “nosotros vs. el PRO”, la paliza recibida deja expuesto el hecho de que ostentan un poder nulo. Pero, nada parece impedir que en otro club alguien intente algo similar y tenga otros resultados más prósperos.
El caso Independiente debe significar una revisión de la legislación vigente. Debe generar los mecanismos como para que nadie pueda arrebatarle un club a sus socios, que son los verdaderos dueños de las instituciones. Es muy sencillo acusar a un candidato adversario de querer transformar una asociación civil como un club en una sociedad anónima, si bajo el formato legal de asociación civil se le impide a los socios sufragar y se los violenta cuando expresan su descontento, entre muchas otras barbaridades cometidas durante la gestión Moyano.
La frase “los clubes son de los socios”, debe superar la categoría de slogan globalmente aceptado para transformarse en un conjunto de mecanismos que garanticen que eso suceda en los hechos y que lo que le pasó a los hinchas del Rojo durante casi un año no le suceda a nadie nunca más.