River, el campeón que no tiene rivales
No hay quien le haya podido pelear al Millonario en estos siete años. Sí circunstancialmente, pero no de manera sostenida en el tiempo.
Todo proceso deportivo de tanto éxito tiene sus guiños del destino. Pero también su lógica evolución mediante trabajo y esfuerzo. River es desde hace siete años el mejor equipo del fútbol argentino, de manera indiscutida. Se ha buscado meterle rivales, crearle adversarios y ninguno ha estado a la altura.
El proyecto de Marcelo Gallardo en el Millonario tiene una duración anormal para estos tiempos, ilógica para nuestro fútbol. Ni siquiera se puede hablar de paciencia en este caso puntual de la necesidad de esperar el devenir de un proceso deportivo para esperar resultados, porque comenzó con un título, la Copa Sudamericana 2014 y venía de un título local. Las bases eran muy sólidas, pero a partir de ahí el crecimiento fue infinito. Sin embargo, eso no es lo común.
Durante este tiempo de reinado, al conjunto Núñez le intentaron subir al ring a cientos de rivales. Ninguno estuvo a la altura. Aquellos que sean amantes del boxeo entenderán la metáfora: cuando un campeón es muy superior en una categoría y el deseo de verlo pelear es tan grande, se le organizar combates incluso ante rivales que de antemano se sabe que no dan la talla.
Todos los entendidos en la materia y los fanáticos saben desde el inicio que aquel contendiente que va por el título no tiene las condiciones para ganarle al gran campeón. Luego, el fanatismo sucumbe ante una maquinaria de marketing muy bien armada. Compra una supuesta "pica" que podría emparejar la cosa, se ilusiona con la guapeza del aspirante en algún conflicto en el pesaje, pero cuando llega la pelea las jerarquías ponen las cosas en su lugar.
Todo eso sucede con River. Muchos equipos muy buenos se han puesto solos o han sido colocados en el lugar de rival del conjunto de Gallardo. El Rosario Central de Eduardo Coudet, el Independiente de Ariel Holan, el Lanús de Jorge Almirón que consiguió ganarle una serie histórica, el Racing de Coudet y muchos otros. A la altura no estaban. Sí en un partido, sí en una serie, sí en un contexto puntual, no para competir en cuanto a proyectos.
Claramente, Boca, por peso específico, presupuesto, jerarquía, historia, popularidad e impulso mediático ha sido uno de los clubes que más han intentado llevar a la competencia directa con el Millonario sin estar preparado. Ante un par de partidos correctos siempre se puso en marcha una maquinaria aceitada que afirmaba de manera vehemente que ahora sí, que este era el momento, que este equipo Xeneize no podría ser detenido. Y los resultados están a la vista: no pudo Rodolfo Arruabarrena, no pudo Guillermo Barros Schelotto, no pudo Gustavo Alfaro, no pudo Miguel Ángel Russo.
El principal problema de esto es que las ilusiones se inflan tan rápido como se desinflan. Que un equipo no está preparado aún no quiere decir que esté haciendo mal las cosas, sino que está en proceso, en camino. Pero cuando se cree que ya está todo hecho y los resultados a la hora de la verdad no se dan, el impacto de la caída desarma todo lo que sí estaba bien hecho. La tendencia a ensalzar hasta la estratósfera a jugadores, directores técnicos y equipos por lo que es tan sólo un comienzo de un camino es tan dañina como la denostación que los mismos sufren ante el primer tropiezo.
A los siete años de gloria total de River no se le compite con un equipo armado hace seis meses o un año; no hay manera. Los procesos exitosos, en términos generales, se conforman a partir de golpes en su inicio. Son muy raros los proyectos deportivos que triunfan desde un inicio y es descabellado el proponerse eso como exigencia absoluta.
Con las permanentes reconstrucciones de grupos y planteles que se dan por las necesidades de los clubes argentinos de vender futbolistas, la competencia de un ciclo de tres años contra uno de nueve es mucho más posible. Las diferencias se achican, las ventajas pasan a ser mucho más mínimas. Uno contra siete, es imposible.
Increíblemente, en la mayoría de los casos desde adentro de los clubes más importantes del país se dice que esto se acaba "cuando se vaya Gallardo". ¿Y si decide quedarse otros 10 años? ¿Por qué las aspiraciones son que desarme aquello que funcione, en lugar de armar algo a la altura para competirle?
La nueva consagración de River es una oportunidad para admirar y recalcar los grandes méritos de un proyecto que con todas sus variaciones ya ha marcado una época incluso sin haber finalizado. También, puede ser una chance para otros clubes de aprender. No de imitar; cada cual tiene su estilo, su filosofía irrenunciable, algo que Gallardo también ha sabido respetar. Pero sí de entender que el fútbol tiende cada vez más hacia una lógica integral, una necesidad de que todas las patas de una institución se ordenen bajo un mismo lineamiento para obtener el éxito.