La ficción, la realidad y el Perú
Otra crisis que deriva en la destitución de un presidente lleva al Perú a surfear entre la ficción y la realidad mientras nadie acierta en responder cuándo se jodió el país.
Cuenta el filósofo esloveno Slavoj Žižek que circula un dicho entre los corresponsales en América Latina que demuestra su veracidad en cada ciclo electoral: en la región conviven la ficción, la realidad y, cual categoría en sí mismo, el Perú. Caja de resonancia de una incesante sucesión de presidentes depuestos y de una fenomenal impopularidad de los políticos. El país de Mario Vargas Llosa tiene por primera vez una presidenta, Dina Boluarte, después de la destitución de Pedro Castillo por permanente incapacidad moral. Era un sinónimo de locura. Pasó a ser la metáfora de un flagelo que no respeta fronteras: la corrupción.
Castillo batió un récord. En un año, cuatro meses y siete días de gestión, entre el 28 de julio de 2021 y el 7 de diciembre de 2022, hizo más de 17 cambios de gabinete. En números redondos: juraron más de 70 ministros. Ninguno le dio resultado. Y, al final, fracasó en su intento de disolver el Congreso, al estilo de Alberto Fujimori en 1992, para evitar la tercera moción de vacancia (juicio político) en su contra. La maniobra, tildada de golpe de Estado por el Tribunal Constitucional, la Corte Suprema y la Defensoría del Pueblo mientras las fuerzas armadas y policiales le retiraban su apoyo, apresuró el trámite. Lo destituyeron y quedó detenido.
La ficción y la realidad demuestran que nadie sabe cuándo se jodió el Perú, como se preguntaba Vargas Llosa en la novela Conversación en la Catedral. La publicó en 1969. Desde el dictador Juan Velazco Alvarado hasta Boluarte pasaron 15 presidentes. Muchos no concluyeron sus mandatos y uno, Alan García, se suicidó para evitar las pesquisas de la fiscalía por corrupción. Un mal endémico que también marcó el efímero gobierno de Castillo, sucedido por su vicepresidenta. Le toca a Boluarte completar el mandato hasta el 28 de julio de 2026. Una eternidad en tiempos peruanos sin apoyo legislativo. Su predecesor iba a gobernar por decreto bajo un toque de queda.
En 2019, el presidente Martín Vizcarra cerró el Congreso. Fue removido del cargo un año después en medio de protestas que dejaron dos muertos y 200 heridos. La fiscalía investiga seis casos, tres de ellos de presunta corrupción, contra Castillo. En 2020, Manuel Merino duró menos de una semana en el gobierno. Renunció por las marchas populares. Francisco Sagasti precedió durante nueve meses a Castillo. El primer presidente de origen rural se vio cercado tanto por las imputaciones en su contra como por la peor sequía en medio siglo en los Andes, la quinta ola de coronavirus y la muerte de más de 18.000 aves marinas silvestres por la gripe aviar.
Un contexto de la realidad en el cual la ficción se codea con el Perú de Vargas Llosa, cuya receta económica aplicó Fujimori después de derrotarlo en las elecciones de 1990. Curiosamente, Vargas Llosa apoyó en la segunda vuelta de las presidenciales de 2021 a Keiko Fujimori, la hija del expresidente preso, frente al peligro de que el Perú se convirtiera en Venezuela. No por nada el 86 por ciento de la ciudadanía desaprueba la gestión del Congreso y el 61 por ciento censuraba al gobierno de Castillo, según el Instituto de Estudios Peruanos. Otro récord en sí mismo que refleja la desazón frente a un presente a corto plazo y un futuro incierto.
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