Mañana se cumplen 36 años y sin embargo aún hoy digo 24 de marzo y me estremezco. Veo la noche de la noche. El 24 de marzo es el día más nefasto de nuestra historia. Mire que nos pasó de todo como país, pero no hay nada comparable con el 24 de marzo de 1976. Fue el comienzo del reinado de la muerte. El desembarco del nazismo criollo. La coronación de los sueños de los peores hombres de este país. Querían muertes, torturas, desapariciones, campos de concentración, robos, violaciones, humillaciones, mutilaciones, censuras, extorsiones, querían todo eso y mucho más y lo lograron. Seguramente todas las sociedades en algún momento de su historia tocan fondo, descienden a los infiernos. Bueno, a nosotros nos tocó el 24 de marzo de 1976.

Es nuestra responsabilidad recordar aquella hecatombe social que vivimos para que aquél veneno que inocularon en las venas abiertas de la sociedad no nos envenene más. Que nadie olvide que no dejaron delito por cometer. Que el terrorismo de estado no es una tormenta de la naturaleza y que por el contrario es un producto malparido por la sociedad en la que vivimos. Que un genocidio tiene mil explicaciones y no tiene ninguna.

Esta claro que no adhiero a la teoría de los dos demonios. Nunca lo hice. No se puede ni comparar la responsabilidad de un estado que utiliza una maquinaria industrial para aniquilar a sus enemigos con la culpa de las organizaciones civiles que apelaron a la lucha armada para llegar al poder y establecer el socialismo. Si condeno por igual cada uno de los crímenes. Cada muerte es despreciable y repudiable no importa quien sea la víctima ni el victimario. Las atrocidades de lesa humanidad cometidas por las Fuerzas Armadas ya están condenadas como corresponde por la historia y por la justicia de la democracia. Pero falta un debate profundo y valiente sobre la utilización del fusil en la política.

Es cierto que los vientos guevaristas de la época diseminaron la guerrilla entre los jóvenes del continente. Es verdad que en aquellos tiempos la democracia tenía apenas un valor formal. Era burguesa o escenario de la partidocracia. Eso decían los combatientes del ERP o Montoneros. Pero cada vez se hace más necesario reconocer desde los protagonistas que fue una verdadera locura suicida apelar al foquismo, a las bombas y a los tiros.

No solamente fue un error táctico como reconocen algunos. Fusilar a un policía en la calle o tomar un cuartel por la fuerza en democracia también fueron violaciones a los derechos humanos que finalmente aceleraron el golpe de estado para beneplácito de los sectores económicos más poderosos encarnados en la figura de José Alfredo Martínez de Hoz.

Y si seguimos profundizando el análisis y apelando a la autocrítica debemos decir que una parte importante de la sociedad civil respiró aliviada cuando los militares asaltaron el gobierno. No había conciencia profunda del verdadero significado de la palabra democracia ni del concepto de derechos humanos.

También es justo decir que era muy difícil saber que los golpistas de Videla, Massera y su banda criminal iban a utilizar todas las formas de la muerte. Por shock eléctrico, por inmersión, por fusilamiento, por incineración, por sofocación, arrojando gente desde los aviones, sepultado seres humanos vivos en fosas comunes. No hay imaginación tan siniestra que pueda comprender los asesinatos y secuestros de niños, las torturas a embarazadas, a discapacitados, los tormentos a abuelos delante de sus hijos o nietos y las venganzas sobre familias enteras.

Eran tiempos en que según Eduardo Galeano los argentinos nos dividíamos en cuatro especies: los aterrados, los desterrados, los encerrados y los enterrados.

Por eso es una fecha para no olvidar jamás. El ejercicio de la memoria es sinónimo de salud mental para una sociedad. Para que el golpe no nos siga golpeando. Para que todos sepamos lo que nos pasó. Para que no nos vuelva a pasar. Nunca más.