Una nueva película de Woody Allen acaba de estrenarse y ya tiene otra en carpeta, “Bop Decameron”, con Ellen Page (“La joven vida de Juno”) y Jesse Eisenberg (“Red social”). Seguramente cuando llegue esta película a Buenos Aires la crítica afirmará “Ha regresado el mejor Woody Allen”, tal como dice ahora a propósito de “Medianoche en París”.

Woody Allen me parece por momentos un club de fútbol por la adhesión ciega e incondicional que despierta, al menos en nuestra ciudad. Muchos aman sus películas aun antes de entrar al cine. Es una suerte de religión benigna y totalizadora, que celebra cada una de sus expresiones y perdona sus flaquezas.

El mantra con las películas de Woody Allen para los que no profesamos esa religión es “Ésta sí te va a gustar”. Y así, esta pobre iconoclasta ha visto hasta el final producciones fallidas –en mi opinión- como “Melinda y Melinda” (una buena idea que no le salió), “El sueño de Cassandra”, “Scoop”, “Celebrity”, “Vicky Cristina Barcelona” y otras que logré olvidar. Películas insulsas, vacías, prefabricadas, reiteradas, profundamente narcisistas.

“Medianoche en París”, más allá de la innegable belleza de las fotos de la ciudad, junta todos los lugares comunes de la cultura media más fácil y estereotipada, y las pone en una “fábula” lanzada como un guiño a la cultura media más fácil y estereotipada del espectador: entre otros Zelda y Scott Fitzgerald, Cole Porter, Pablo Picasso, Gertrud Stein, Luis Buñuel y Ernest Hemingway haciéndose el malo con una botella de whisky en la mano. Como no podía faltar Coco Chanel, la amante de Picasso en la película vino a París a tomar clases de costura con ella.

Chanel dando clases de costura, no sé si me explico.

https://www.youtube.com/watch?v=IP7wVao4Owc&feature=fvst