La década kirchnerista fue muy exitosa en llevar a los artistas para su molino. Utilizó a cantantes y actores para darse un baño permanente de popularidad, como instrumento de propaganda y a modo de escudos para protegerse de las denuncias de megacorrupción. Ese es el acuerdo tácito y esencial. El estado K pone sumas de dinero multimillonaria con la excusa de fomentar la cultura (algo a lo que nadie podría oponerse) y a cambio, los beneficiados le devuelven participaciones en actos políticos y, en algunos casos, con declaraciones públicas de adhesión y militancia al oficialismo que los alimenta. Ojo que no quiero meter a todos en la misma bolsa.
 
El que generaliza, discrimina. Hay artistas admirados y respetados que se sumaron al kirchnerismo por convicciones ideológicas y no por dinero. Hay dirigentes gremiales de la cultura que valoran varias leyes y medidas positivas que tomó el gobierno y que eran viejos reclamos del sector que nadie había atendido. Hay que separar los tantos. Ese grupo no cometió ningún pecado. Se movió en forma coherente con su pensamiento y tienen toda la libertad del mundo de expresar su respaldo al político que se les cante.

Lo repudiable es cuando algunos artistas aprovechan esa situación para cobrar honorarios muy por encima del mercado. Sumas millonarias que aparecen infladas, que no cobran en la actividad privada de cualquier recital o retribuciones mucho más elevadas que las que le cobran a otros distritos como la provincia o la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo. Eso ya es raro. Eso ya despierta sospecha. Siempre la relación de los artistas y la política partidaria es compleja.

Porque es un vínculo muy subjetivo que no se puede someter a licitación. ¿Cuánto vale la actuación de un actor? ¿Qué se le debe pagar a un cantante muy militante y poco convocante que vive de los shows que organiza el estado? ¿Se compran conciencias? ¿Se alquilan carreras y trayectorias? Hay que ser mas transparentes que nunca para que nadie sea salpicado por la sospecha de la corrupción. Hay que ser muy rigurosos en el otorgamiento de subsidios y los encargados de hacerlo deben tener un gran prestigio en el rubro y deben ser convocados con un criterio plural y no sectario.
 
¿Es bueno para el pueblo que Cristina gaste 2 millones y medio en 5 recitales de Fito Páez? Es cierto que mucha gente que no tiene dinero para verlo en vivo puede aprovechar para hacerlo. Pero, ¿debe salir abrazado con Cristina al final de sus canciones? Si ese abrazo es militante y sincero, no debería ser gratuita y solidaria su actuación como una forma de contribuir a una mayor justicia social? La empresa que firmó el contrato por Fito, ¿tuvo que ser inscripta el día anterior? ¿Se les prohibe implícitamente a los artistas que participen en otros actos solidarios que disgustan a la Casa Rosada? ¿Por qué no están los más populares apoyando a los familiares del siniestro ferroviario de Once o a los pueblos originarios de Formosa? ¿Les cortan el chorro de platita si van a esos lugares?

Con el apoyo al cine pasa lo mismo. Gobernar es fijar prioridades. ¿Es prioridad de un estado que tiene que resolver gravísimos problemas de exclusión y pobreza, subsidiar películas con millones y millones y que solo convocan a 200 personas como espectadores? ¿Eso es popular o elitista? ¿Eso es ayudar a que surjan genios jóvenes o fomentar un cine propagandístico y un trabajo a los amigos? Pregunta terrible: ¿Qué tiene que hacer el ministro de Julio de Vido, el cajero de los agujeros mas negros del gobierno, metiendo sus manos en el cine experimental? ¿Cuál es el criterio para triangular los fondos a través de universidades del conurbano que claramente tienen otras necesidades y urgencias? Lo mas despreciable es que, igual que en otros aspecto de la realidad, el gobierno de Cristina aprovecha para premiar con el dinero de todos nosotros a sus amigos en forma terriblemente discrecional y de paso, castiga a los que tienen el coraje de expresar una opinión distinta como Ricardo Darín, Juan José Campanella, el Pelado Cordera o Eliseo Subiela, entre otros.

En el caso de Tecnópolis las cosas ya son más parecidas a las coimas y retornos tradicionales. Son revelaciones que minuciosamente fue desgranando Maia Jastreblansky en La Nación y que fueron ampliadas y televisadas. Esa vidriera del programa de Jorge Lanata ya es un fenómeno comunicacional y político. Veinte puntos de rating casi como promedio permanente confirman que amplios sectores de la población tienen interés en vigilar y controlar al gobierno de Cristina y que anticipan el crecimiento de un voto castigo en las próximas elecciones. Nadie está en contra del apoyo del estado a la cultura.
 
Lo que se repudia es su utilización política para beneficiar amigos, su malversación y la manera en que el gobierno se esconde detrás de los artistas para evitar el costo político que producen sus estafas. Cristina se autoproclamó cinéfila extrema. Le gustan las películas de ficción como la del INDEC que filmó Guillermo Moreno. Esta transa trucha entre su gobierno y un sector de la cultura, también es cine, pero de terror. Es la película de Cristina.