La tragedia es de todos pero tiene dos dimensiones: la individual y la colectiva. La que involucra e impacta en todas y cada una de las personas que sufrieron en carne propia el siniestro ferroviario. Hablo de los muertos, de los heridos y de sus familiares. Pero también está la crónica de este desastre anunciado. Este relámpago de horror que nos obliga a repensar de una vez y para siempre todo el sistema de transporte en la Argentina que aparece claramente colapsado.

En el plano de lo humano permítame que me identifique con uno de los muchachos heridos. Es la foto que resume periodísticamente mucho de lo terrible que pasó y por eso está en la portada de varios diarios. Hablo del morocho con la camiseta de Boca que se quedó con medio cuerpo afuera, como flotando en el aire y con la otra mitad enterrada entre los hierros del vagón y la pila de cadáveres. Me estremeció verlo. Me sentí hermanado y solidario con el y en el con todos. Lo ví tan corajudo, soportando esa puñalada del destino. Me hubiera gustado estar a su lado. Darle aliento. Gritarle: aguanta negrito, que ya vienen a rescatarte. Amo esos colores. Los de la vieja camiseta con el escudo bostero a la altura del corazón y el color cobrizo del muchacho. Porque en general esa es la piel que más sufre en todas partes del mundo. La que más veces es discriminada. La que hace los trabajos más pesados. La que más explotación padece.

No se si es asi. Repito, no lo conozco a mi amigo bostero. Me lo imagino alentado a boquita y pidiendo que pongan huevo porque esta tarde, esta tarde, tenemos que ganar. Estuvo varias horas atrapado sin salida. Como si le hubieran cortado las piernas, diría el Diego. Pero peleándola, haciendo el aguante que seguramente hace los domingos en las tribunas y de lunes a viernes en el sacrificio y el esfuerzo del laburo. Ojalá un día me lo encuentre y le pueda hacer una broma para exorcisar tanto drama: saliste en la tapa de Olé, Papá!!. Porque hasta el diario deportivo se conmovió con el dolor multiplicado y puso en su tapa: Asi vivimos y asi morimos.

Y eso nos lleva al otro mundo. Salimos de lo particular para ir a lo general. A lo institucional. A esta exigencia social que dice que el transporte en la Argentina no aguanta más así como está. A lo mejor el morocho de Boca funciona como una metáfora del estado de los trenes y las rutas: atrapado sin salida. Es hora de escuchar esos gritos. Primero los de dolor y de luto por las pérdidas. Y después atender esos reclamos de que hay que barajar y dar de nuevo.
 
Tenemos un país con 8 años de fuerte crecimiento económico y un transporte que es la radiografía del atraso. Todo viejo, todo atado con alambre, sin inversiones, montañas de dólares de subsidios tirados en muchos casos a la basura. Vías que no aguantan, durmientes astillados, material rodante obsoleto, tecnología de cuarta. Hay que hacer una revolución en el transporte. Es un tema de estado ineludible. Un cambio estratégico. ¿Será posible convocar a los mejores expertos de todas las ideologías y a los más capaces ingenieros de aquí y del mundo? ¿Tendremos la amplitud y la cabeza abierta necesaria para hacer un plan maestro a diez años que sea asumido por todos los partidos políticos? ¿Podremos emprender esa epopeya como un salto hacia el desarrollo federal con inclusión? ¿Podremos recuperar la cohesión territorial que nos daban los pueblos ferroviarios y alguna vez sentirnos orgullosos de nuestros trenes? El transporte reformulado por completo puede ser la medida del cambio.

Nuestro camino hacia la madurez definitiva como país. Hay que ir con el bisturí a fondo. Preguntarnos si sirve el sistema de subsidios. Hoy la tapa del diario BAE que es oficialista, denuncia que la empresa TBA usó los subsidios para comprar dólares y meterse en la timba financiera. Con nuestro dinero. Con la plata que aporta el morocho de Boca cada vez que compra un paquete de harina. ¿Esto puede seguir asi? Hay que estudiar si vale la pena darle 2.800 millones de dólares a Aerolíneas en 5 años y que nuestros compatriotas laburantes viajen como ganado. Ese lugar común de los últimos años que acuñaron los viajeros es una definición profunda de lo que ayer pasó: viajaban como ganado y los llevaron al matadero.
 
Por suerte hoy hay productos agropecuarios e industriales que transportar porque se produce como nunca. Por suerte hoy hay pasajeros que transportar porque el consumo es alto. Hoy nuestro problema no es “que” transportar. Sino “como” transportarlo. Una vez que enterremos a los muertos hay que replantearse todo. Una vez que curemos las heridas hay que arrancar de cero. Una vez que el dolor se calme hay que apelar a la racionalidad. Pensar el futuro. Y volver a empezar. Que no termina el juego y no se apague el fuego. Atravesando miedos. Para volver a empezar.