Amor sin fronteras
El intercambio de piropos entre Putin y Xi es una clara demostración de amor recíproco mientras desafían a Occidente.
Rusia despliega tropas en su frontera con Ucrania.
Aviones militares de China sobrevuelan el espacio aéreo de Taiwán con el fin de anexarla a la fuerza y mostrar músculo en el mar de China Meridional.
Turquía regatea sin pudor el precio de tecnología militar rusa en abierta contradicción con su membresía en la OTAN y con la caída de su moneda, la lira.
Irán, liberado del acuerdo nuclear debido a los pataleos del gobierno de Donald Trump, negocia con ventaja su eventual retorno a los carriles de 2015.
¿Hechos aislados o pulseada entre la supuesta debilidad de unos y la no menos supuesta pujanza de los otros?
El tono de la confrontación de potencias “no occidentales” con Occidente, observa Josep Piqué, exministro de Asuntos Exteriores de España, en el portal Política Exterior, refleja el desafío a la hegemonía adquirida por Estados Unidos tras su victoria en la Guerra Fría.
No se trata de una nueva versión de la disputa que dividió en dos al mundo durante décadas, sino de una proxy war (guerra por delegación) tras otra.
Cada actor expone su relevancia geopolítica. Ni Vladimir Putin pretende resucitar a la Unión Soviética a 30 años de su disolución ni Xi Jinping quiere reinstaurar la Revolución Cultural de 1949.
Uno tiene mandato a plazo fijo hasta 2024 porque un presidente ruso no puede permanecer en el cargo más de dos mandatos (seis más seis años). La Duma (Asamblea Legislativa), dominada por su partido, Rusia Unida, puso el contador a cero con una reforma constitucional. Putin puede seguir en el Kremlin, si resulta reelegido y reelegido, hasta 2036.
El otro, Xi, tiene el camino allanado por el pleno del XIX Comité Permanente del Partido Comunista de China para revalidar su tercer mandato en 2022 y quedar a la altura de Mao Zedong, fundador de la China moderna, y Deng Xiaoping, el gran reformista, por los siglos de los siglos. Amén.
Si Xi le dice “viejo amigo”, Putin le devuelve la gentileza con un “querido amigo”. Entre risas y elogios transcurrió una videoconferencia en la cual Putin puso al tanto a Xi de su cónclave, también virtual, con el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, el 7 de diciembre. Xi lo había tenido el 15 de noviembre.
La buena sintonía entre ambos, no invitados por Biden a la Cumbre por la Democracia del 9 y 10 de diciembre, implica que están dispuestos a cooperar entre sí contra «ciertas fuerzas internacionales» que intentan dividirlos e interferir en sus asuntos internos.
En el caso de China, la disputa con Estados Unidos por sus represalias contra los movimientos separatistas de la región de Xinjiang, en Hong Kong, y del Tíbet y su afán de quedarse por las malas con Taiwán. Y en el de Rusia, después de las sanciones por haber invadido la península de Crimea en 2014 y desatar una guerra en la región de Donbass, sus renovadas provocaciones con el despacho de militares a la frontera con Ucrania. El conflicto continúa a fuego lento a pesar de los acuerdos de Minsk, rubricados en 2015. La amenaza de Putin de echar más leña puede darle la oportunidad de frenar la expansión de la OTAN hacia el este europeo.
Biden impulsa un boicot diplomático contra los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing en febrero de 2022 por la vulneración de los derechos humanos en China. Putin, no exento de culpas por la penosa situación del dirigente opositor Alexei Navalny, encarcelado luego de ser envenenado, y por otros atropellos, estará en la ceremonia de inauguración.
China y Rusia comparten una frontera de más de 4.000 kilómetros. La rivalidad durante parte del siglo XX pasó al archivo desde 2014. Xi, en lugar de condenar a Putin por su avanzada sobre Ucrania, se interesó en el gas ruso para reducir el consumo de carbón.
Como candidato a ser miembro de la OTAN, Ucrania no está protegida por el artículo 5 del tratado sobre la mutua defensa
En Ucrania, Putin se topó con la resistencia de Volodymyr Zelensky, presidente desde 2019 cuyo punto más álgido resultó ser el abuso de poder de Trump. En vísperas de las presidenciales de Estados Unidos, el entonces presidente norteamericano supeditó una venta de misiles a Ucrania a la colaboración de Zelensky en la apertura de una pesquisa contra Hunter Biden, hijo del ahora presidente, por haber incurrido en una presunta trama de corrupción mientras era miembro del consejo de administración de la empresa de gas Burisma.
Frente al despliegue militar ruso, Zelensky ordenó maniobras militares en la frontera. Como candidato a ser miembro de la OTAN, Ucrania no está protegida por el artículo 5 del tratado sobre la mutua defensa ante un ataque exterior. La condición de Putin es una garantía de Estados Unidos, más que de la Unión Europea, de no expansión de la alianza atlántica hacia un territorio que considera propio, como las otras exrepúblicas soviéticas.
La Unión Soviética no era una sola república. “Su disolución trajo aparejada la existencia de quince nuevos países a pesar del intento fracasado de mantener una suerte de unión en la Comunidad de los Estados Independientes, que hizo su debut y despedida internacional en los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992”, explica Martín Baña, doctor en historia e investigador del Conicet, en su meduloso libro Quien no extraña al comunismo no tiene corazón, publicado por la Editorial Paidós. Los tres países eslavos eran Rusia, Ucrania y Bielorrusia, sumido en la deriva autoritaria de Aleksandr Lukashenko con el guiño de Putin.
En 1946, el diplomático George Kennan, encargado de negocios de la embajada norteamericana en la Unión Soviética, escribió: “Para tener un verdadero autogobierno, un pueblo debe comprender lo que significa, y desearlo, y estar dispuesto a sacrificarse por él”. Estados Unidos, agregó, debe dejar que las sociedades no democráticas “sean gobernadas o desgobernadas como sus costumbres y sus tradiciones dicten».
El autor del llamado telegrama largo, enviado desde Moscú, inspiró las políticas de contención de Estados Unidos y fue uno de los mentores del Plan Marshall. Sostenía que un radical en el poder casi nunca cede, porque existe el peligro de que el régimen y su poder personal se desplomen. Los rasgos mesiánicos de una religión secular se acentúan cuando el líder es rey, profeta y presidente. Todo a la vez. Peor cuando echa mano del mito de las conspiraciones extranjeras para justificar el poder interno ilimitado con mano de hierro. No hablaba de Putin ni de Xi ni de otros autócratas contemporáneos, sino de Stalin.
Jorge Elías
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