Un cancha de fútbol, una popular, es el único lugar de la Tierra, en el que uno acepta con felicidad, que un señor con el torso desnudo y transpirado, le abrace la cabeza en una explosión de alegría. De hecho, uno le devuelve ese abrazo con la misma pasión y entiende lo que hizo unos minutos después, cuando baja la adrenalina.

Es el fútbol. El deporte donde se ven las mayores virtudes humanas y también las peores felonías. Las mas increíbles muestras de coraje y también las mas despreciables cobardías. Una cancha de fútbol es donde pueden observarse las mas elaboradas capacidades estratégicas y los peores errores conceptuales.

Quien mira y disfruta del fútbol, sabe que allí transcurre la vida. El amor, el odio, la felicidad, la ira, todo eso ocurre en un estadio en noventa minutos.

Esta vez, la Selección Nacional de Lionel Messi consiguió un milagro: nos metió a todos en una cancha de fútbol. Los que siempre supimos de que se trata y aquellos que no, incluso los que dicen no gustarle el fútbol. 

Más de 4 millones de personas fueron juntas a la cancha, para ver a los campeones, a los que ensayaron las virtudes del esfuerzo, el coraje y el talento en nombre de todos. Por primera vez en mucho tiempo, la gente sintió que alguien la estaba representando.

Hubo desorden, desorganización, caos, es cierto. Pero al margen, hubo una explosión de pasión futbolera que, cotidianamente, solamente vivimos algunos, y que esta vez, por un instante, unió a un pueblo partido al medio, en el único lugar posible, una enorme cancha de fútbol.