Solo te voy a pedir que escuches. Ni siquiera voy  a atreverme a solicitar tu interpretación ni tu opinión. Solo quiero que escuches del modo más aséptico posible, como si tuviéramos que ponernos guantes para tratar una enfermedad. 
 
Solo quiero que me escuches porque este es un espacio que dedicamos a la espiritualidad. No es lo mismo religión que espiritualidad, ni es lo mismo un religioso que un espiritual. Por eso quería comentar, hacer una reflexión sobre los dos tipos de personas que son religiosas.

El primer tipo, en el que estamos casi todos sumergidos, es un tipo de persona infantil. Personas que buscan una figura paterna, personas inmaduras, personas que no confiamos a veces en nosotros mismos y que necesitamos con urgencia algún Dios. Ese Dios puede o no existir, eso no es importante. Pero requerimos un Dios. Y si ese Dios no existe, la mente inmadura se lo inventa. No es cuestión de saber si hay o no hay un Dios, se trata sencillamente de una necesidad psicológica. Dice la Biblia que Dios creó al hombre a su propia imagen y semejanza pero, digo yo, que más cierto es lo contrario. El ser humano creó a Dios según su propia imagen.

Cualquiera que sea tu necesidad, crearás el tipo de Dios para esa necesidad. Y por eso es que él ha aceptado ser un Dios que va cambiando con las épocas, las modas, las sociedades. Cada país tiene su propio concepto porque cada país tiene sus propias necesidades. Es más, cada personas tiene un concepto diferente de Dios, porque tiene necesidades concretas que debe satisfacer. Así pues el primer tipo de personas que se dicen religiosas es llanamente inmadura. Su religión no es tanto religión como psicología.

Y cuando la religión es psicología es tan solo un sueño, un deseo para satisfacer, no tiene nada que ver con la realidad. La mayoría de la gente mantiene en su vida una religiosidad inmadura. Son personas que no pueden vivir sin creencias, son creyentes porque sus creencias les hacen sentir algo como la seguridad. Creen porque les ayuda a sentirse protegidas. Es un sueño, pero les sirve. En la noche oscura de la vida, en la intensa lucha de la existencia, se sienten abandonadas sin esas creencias. Pero su Dios es su Dios y no la divinidad de la realidad. Y una vez que ha superado la inmadurez, ese Dios desaparece. Esto le ha ocurrido a muchas personas.

En este siglo que estamos, muchos se han vuelto no creyentes. No es que hayan descubierto que Dios no existe, sino que nuestra época ha hecho que las personas maduren un poco. El ser humano ha alcanzado la mayoría de edad, se ha vuelto un tanto más maduro, de tal forma que el dios de la  infancia, de la mente inmadura se ha vuelto irrelevante. Yo creo que esto es a lo que se refería Nietzsche en su famosísimo relato “Dios ha muerto”. No es la divinidad la que ha muerto sino el Dios de la mente inmadura.

En realidad, decir que Dios ha muerto no es correcto porque Dios nunca existió. La expresión correcta sería “Dios ha dejado de ser relevante”. El ser humano se ha vuelto más independiente, ya no necesita la muleta de sus creencias. Así pues las personas cada vez mostramos menos interés por las religiones. Nos hemos vuelto más indiferentes a la hora de adentrarnos en corrientes religiosas, iglesias, más independientes. En realidad, yo te podría preguntar “¿Crees en Dios?” y tú me podrías responder, “que exista o no da igual, no importa, si Dios existe bien y si no existe, pues también”. Este es el tipo de religioso que ha perdurado a lo largo de los tiempos.

Requerimos de un nuevo Dios que no sea psicológico, que sea existencial. Requerimos, necesitamos, la divinidad de la realidad.
Luego hay otro tipo de personas creyentes para quienes la religión no surge el menor temor. Porque para los primeros sí surge temor. Hay gente asustada por las creencias religiosas. Ese otro tipo de creyente es el que va un poco más allá y busca el impacto de la espiritualidad en su vida real. Se convierte en parte intrínseca de uno mismo, circula por su sangre, lo respira, le palpita. No está bajo ninguna norma, de labios para afuera. Ni está en las biblias, ni el Corán, ni en los Vedas…es un Dios que surge de un segundo  interior.

Y que nada tiene que ver con la religiosidad. Hay gente que dice “soy hindú”, “soy cristiano”, “soy judío”. Sus creencias son diferentes pero, si observamos cómo viven la vida, observamos que no hay diferencias. Sus creencias no tienen un impacto  interior. La religión debe ser algo personal, no debe ser un obstáculo para lo real, debe estar en la profundidad de tus raíces, tus vísceras.

La verdadera religión es aquella que se dirige a Dios directamente, personalmente. Debes provocar y dejar que te provoquen. Tienes que confrontarte con Dios, y dejar que Dios se confronte contigo. Luchar con él, pelear con él. Tienes que amarlo y odiarlo. Tienes que ser su amigo y su enemigo, tienes que hacer de tu existencia con Dios una experiencia de vida. Había un niño que se perdió entre una multitud cuando estaba con su madre. Su madre nerviosa, llamándole por todos lados. De pronto oyó una vocecilla que decía “¡Esther! ¡Esther!”.

Rápidamente la madre se da vuelta, ve a su hijo y muy sorprendida le dijo “¿Por qué me llamaste Esther y no me llamas mami como haces siempre?” y el niño le dijo “porque esto está lleno de mamis y no te hubieras dado cuenta que te estaba llamando”. Si a Dios le llamamos Madre o Padre, lo estamos haciendo de un modo impersonal. Debemos llamarle por su nombre. Si decimos “padre” ¿de cuál padre estamos hablando? Porque cuando Jesús llamó a Dios “padre”, él lo estaba haciendo de una forma personal. Cuando tú usas esa palabra es impersonal. Cuando Jesús dijo “padre” tenía sentido, cuando hablamos del “padre” nosotros no tiene sentido porque no hemos tomado contacto real con esa existencia, solo con la experiencia de otros. A menos que experimentemos ese contacto, esa comunicación directa con Dios y le llamemos como nos sentimos con él, no estaremos en contacto con Dios.

A menos que experimentes la existencia solo estarás engañándote con palabras, vacías, huecas y sin sentido. Solo la existencia de la vida, no las creencias ni las filosofías ni las palabras que decimos, ni siquiera aquí. Tu contacto con la esencia divina. Si pudieras mirar a los ojos a Dios, y pudiéramos darle una forma física que tuviera ojos, si lo acabaras de conocer, si se sentara frente a ti en una silla, ¿cómo sería? Nadie te lo ha presentado, y debes ponerle un nombre, ¿cómo lo llamarías?