Santo lugar para Sabato
Don Ernesto, este no es un discurso funerario para pronunciar sobre héroes y tumbas. Es un agradecimiento sincero que ojalá sirva para abrigarle el corazón en su largo viaje. No es mi intención bañarlo en bronce y transformarlo en un prócer lejano y perfecto. No quiero hablar de su muerte. Usted sabe que nadie se muere hasta que se muere la gente que lo quiere.
Don Ernesto, este no es un discurso funerario para pronunciar sobre héroes y tumbas. Es un agradecimiento sincero que ojalá sirva para abrigarle el corazón en su largo viaje. No es mi intención bañarlo en bronce y transformarlo en un prócer lejano y perfecto. No quiero hablar de su muerte. Usted sabe que nadie se muere hasta que se muere la gente que lo quiere. Y hay cada vez más gente que lo quiere. Son los que dispusieron que usted viva 100 años más. Vivirá eterno en el corazón de los lectores. Estas palabras no pretenden ser más que una mano tendida para decirle gracias por todo, don Ernesto. Decir que usted fue y seguirá siendo un escritor es como mínimo una simplificación que no lo define en absoluto. Deja afuera tal vez su dimensión más importante.
La de luchador a favor de la vida. La de militante en contra de todo autoritarismo. La de su austeridad republicana. La de su honradez. La de romántico defensor de la pasión según Sabato. Cuantas veces dijo que el progreso tecnológico nada cambia en el corazón del hombre que sigue siendo el mismo. Por eso usted volverá y será millones de libros digitales. Sus grandes temas y nuestros grandes temas son siempre los mismos, la muerte, el amor, el desengaño, la traición, el sufrimiento, la generosidad, en fin, la condición humana.
Por eso sus libros son apenas una aproximación al tamaño de su estatura. Siempre comprendió como ser uno y el universo y diferenciar brutalmente entre los hombres y los engranajes después de atravesar el túnel de su primera novela. Los jóvenes deben saber que fue traducido a más de 30 idiomas. Elogiado por Albert Camus, Graham Greene y Thomas Mann. Todo eso es cierto. Pero su espejo ciudadano trascendió largamente al escritor que comparte el Olimpo nacional con Borges, Cortazar y Bioy. Tal vez pueda ser resumido en una especie de rezo laico en el que se convirtió su prólogo del informe Nunca Más sobre la desaparición de personas.
Ese Nunca Mas que todavía estremece cuando se usa como grito de paz y en su relato: “Unicamente así podremos estar seguros de que nunca mas en nuestra patria se repetirán los hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado”. Reconozco que algunos lo humillaron y profanaron ese texto y le agregaron otro más oficialista que sincero. O que otros prefieren pasarle facturas por su tristemente célebre reunión inicial con Videla cuando todavía ni la ficción podía ayudar a comprender la dimensión titánica del drama. Por todo esto, por sus grandezas y aún en sus errores, debemos decirle gracias, don Ernesto como Hemingway pero nuestro. Gracias por haber seguido firme pese a los golpes tremendos que le dio la vida. Por haber resistido viejito de tanta angustia por las muertes más queridas con las que ahora se va a reencontrar.
Como su Matilde amor deja tus labios entreabiertos y su gran hijo Jorge del talento y la profundidad que a veces lo visitaba desde el mas allá y le ponía esos anteojos oscuros que ya son un icono y lo hicieron cada vez mas chiquito y mas gigante. Gracias don Ernesto. Por haber elegido las palabras frente a los números, la fantasía frente a la ciencia y la libertad frente a la noche. La última vez que lo ví me di cuenta que usted sabía que dios le tiene reservado, igual que siempre, sus santos lugares. Santos Lugares para vivir y soñar con el escritor y sus fantasmas.
Santos Lugares para ir a descansar con sus huesos. Dicen que muchos seres humanos con un solo párrafo bien escrito, justifican su existencia. Si así fuera, en su caso, yo elijo este: “solo quienes sean capaces de sostener la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”. Murió de madrugada y fue velado por sus vecinos en el club social y deportivo de todos sus días. No quiso flores ni coronas. Solo generosidad con los chicos del Garraham. Su gesto póstumo fue solidario como el primero. Me gusta decirle don Ernesto. Es nuestra memoria colectiva.